Un insólito viaje a Oporto de Mateu Alemany junto con el mismísimo Joan Laporta esta semana coincidió con la noticia de que el mayor talento ofensivo en edad juvenil del Barcelona, Lamine Yamal, acababa de adoptar como representante a Jorge Mendes: justo el hombre a quienes rindieron visita los dos dirigentes azulgranas en la ciudad tripeira. Se trata de una deferencia inusual, pues son a menudo los agentes quienes visitan las sedes de los clubes, mucho más si van a reunirse con su presidente. O bien, al menos, se encuentran en campo neutral. Si nos atrevemos a considerar que ese particular uso social en el negocio del fútbol es útil para saber quién sirve a quién, podemos abrir la puerta a la suspicacia. Si es que no estaba ya abierta de par en par, dado que el bolígrafo de Mendes rubrica desde hace algún tiempo con ingentes cantidades de tinta azulgrana.
Entender la dimensión como profesional de Yorye es necesario, porque no se trata de un representante ambicioso sino de uno extraordinariamente insaciable. No solo es capaz de mover 200 millones en traspasos entre clubes en plena pandemia, además sigue manejando las carreras de los dos mayores iconos del balompié luso, Cristiano Ronaldo y José Mourinho. También patrocina sus propios premios, los Globe Soccer Awards, creados en 2010 sobre todo para atender la obligación inexcusable de enjabonar el ego de los dos sujetos recién mencionados, casi siempre alicaído por los resultados de su competencia directa con Leo Messi y Pep Guardiola, respectivamente. Pero es que en los últimos años la capacidad de Mendes para ser pivote de operaciones se ha multiplicado gracias al uso y disfrute que le proporciona un club de la Premier League, el Wolverhampton. La explicación es sencilla: resulta que su propietario, a la sazón el 45º hombre más rico de China, posee también el 20% de la empresa del superagente luso, Gestifute.
Como Yorye es un tiburón, naturalmente huele la sangre. Y en el proceloso mar que le ha tocado vadear durante estas últimas dos temporadas, el Barça es el equivalente a una ballena azul antártica menstruando. Por eso se entiende que un coqueteo que empezó a volverse algo más en 2020 con el fichaje de Trincao (después cedido al Wolverhampton) y cristalizó en la era Laporta con el préstamo de Adama Traoré (desde el Wolverhampton) se haya convertido poco a poco en una relación posesiva que ya veremos si no se vuelve tóxica. Sin despeinarse, porque nunca lo hace, Mendes ya representa a Ansu Fati, Alejandro Balde y el propio Lamine. Luego no hay más remedio que sentarse a hablar con él periódicamente del futuro del Fútbol Club Barcelona.
Por si fuera poco, tiene en su reventona agenda al deseadísimo -y con razón, porque es un futbolista espectacular en defensa y en ataque- Bernardo Silva. No me cabe duda de que en la reunión del otro día también ofreció fórmulas para colocar la samarreta al displicente Joao Cancelo y al melifluo Ruben Neves (sí, el del Wolverhampton), jugadores que encajan como un guante en las necesidades del Barça salvo porque no encajan en absoluto. Ese es justo el papel que más le gusta adoptar a Mendes: el de un fake fixer, un falso solucionador de problemas, siempre dispuesto a ayudar... de aquella manera. Con la Liga tomándose demasiado en serio el papel de carabina, el Barça no tiene más remedio que escuchar a todo aquel que se ofrezca a hacerle favores en el contexto del mercado. E incluso a coger un avión para ir a visitarlo. Pero, claro, como decía el personaje de Al Pacino en Carlito's Way, "ten cuidado, porque un favor puede matarte más deprisa que una bala".
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