Xavi Hernández aseveró en la rueda de prensa previa al primer Clásico de Copa que le pone ("cachondo", como se animó luego a precisar ante la insistencia de un compañero periodista) jugar en el Bernabéu. Su historial como futbolista, y de hecho también su primera temporada como técnico culé, glosa que ese picorsito en particular lo ha rascado el egarense con éxito en numerosas ocasiones. Pero las circunstancias del primer partido de esta semifinal copera son un tanto atípicas y, por qué no decirlo, tristonas.

No tanto por las derrotas previas en Manchester y Almería, esta última en un encuentro hórrido que despojó al Barça de la posibilidad de lograr el mayor número de puntos en la historia de la Liga en la jornada 23, además de abrochar 10 puntos de ventaja sobre su único perseguidor. Sino, sobre todo, porque las lesiones de varios jugadores capitales para su rendimiento han enviado al equipo azulgrana en algo parecido a un viaje atrás en el tiempo. Y el pasado reciente del club, en términos de incomodidad y desmayo, es lo más parecido al colchón claveteado de un fakir con anemia.

Si usted lo recuerda, astuto lector, en las horas oscuras que precedieron al ocaso de la carrera blaugrana de Leo Messi, Dembélé vivía de ingerir pizzas frías entre visita y visita al cirujano, Pedri era poco más que un apunte subrayado con fluorescente en un cuaderno de ojeadores y Lewandowski martilleaba el alma del barcelonismo vestido de un rojo diabólico junto a sus entonces compañeros, entre ellos el incomprensible Coutinho. Además, hace unos días, en ese estadio Power Horse cuyo nombre recuerda vagamente al spaguetti western, Xavi decidió atrasar un poco más el reloj alineando a una defensa con Sergi Roberto y Jordi Alba en los laterales. Hasta que llegó su hora. 

Ahora el míster culé no tiene más remedio que tratar de paliar los efectos del jet lag en una plantilla que parece abocada al insomnio. Tarea complicada, puesto que ni una sola línea permanece íntegra a su disposición: Christensen también faltó al último entrenamiento y al egarense se ha sentado esta mañana a desayunar con la duda de si mantener a Araújo en la derecha como padre putativo de Vinicius o armar la defensa con una configuración distinta a la ya clásica en los Clásicos. Un asunto nada menor, porque si algo no le pone al Barça es defender, y todo parece indicar que este jueves helado en la capital de España invitará a los blaugrana al abrigo y el recogimiento más que a la aventura.

El Madrid es, a todas luces, favorito. Por esos trances psicotrópicos que lo convierten en el gran chamán de la Champions, y también por su legendario y marmóreo oficio de campeón, pese a mostrarse con frecuencia este último quebradizo como el yeso cuando aparecen camisetas azulgranas bailando entre sus filas. Pero, sobre todo, porque resulta difícil imaginar que el Barcelona, con lo que tiene disponible, vaya a ser capaz de mantenerlo sumido en ese estado de duda en el que no sabe muy bien si atacar o defender o qué carajos está pasando. Obvio, el Barça no se va a meter atrás, sino que intentará mover la bola y con ella, como tantas otras veces, los cimientos del Bernabéu. Pero, obviamente también, es muy posible que lo haga más aterido de la cuenta, exacerbando la preocupación por ser preciso y no conceder oportunidades de hilvanar transiciones rápidas a su máximo rival. Así es como normalmente lo desactiva y lo golea, pero esa aspiración parece demasiado optimista hoy, cuando al Barça quizá le importa más dejar intacto algo de optimismo para la vuelta.

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