Se asoma la vuelta de los dieciseisavos de Europa League en Old Trafford, donde el Barça se enfrentará (por desgracia) a un equipo mucho más gallardo que este Liverpool marchito e impotente que sin duda será el punto final a la dudosa carrera 'red' del alemán Jürgen Klopp, un técnico tan capaz de ganarlo todo como de no volverlo a ganar jamás. Más allá del estado de forma del Manchester United o la tradición de su estadio, el empate de la ida deja la eliminatoria en manos de quien más la quiera, y en eso el Barcelona parte en franca desventaja porque le faltará Pedri, su futbolista más emprendedor. Lo peor es que no será el único encuentro decisivo para los azulgranas que se pierda el canario. La larga marcha sin Pedri durará un mes trufado de duelos susceptibles de acabar en quebranto.

Después de dos temporadas como capataz de la sala de máquinas del centro del campo azulgrana, ya no cabe duda: no hay hombre en la plantilla de Xavi con más ascendencia sobre el juego que él. El rastro de su insólito talento se puede seguir desde la base hasta la cúspide de la pirámide del 'tuttocampismo'. Hay muy pocos jugadores que cometan un porcentaje despreciable de errores con el balón. De entre ellos, solo un puñado son capaces de mover a su equipo en la dirección y el ritmo adecuados en la mayoría de los partidos. Menos aún destacan también en defensa, sumando recuperaciones de balón directas e indirectas como consecuencia última del sacrificio en las ayudas y la astucia posicional. Son solo unos cuantos los escogidos que, además de todo lo anterior, conocen los mecanismos para detener el tiempo, anular al rival desde un lado inaprensible del instinto y la destreza, sometiéndolos tanto en lo físico como en lo mental. Y de todos ellos, uno o dos, no más, son capaces de marcar los goles que su equipo necesita para ir tirando en ausencia de su delantero estrella.

Pedri nos ha demostrado ya que hace todo lo expuesto y además con aparente facilidad, lo cual no solo lo convierte en el jugador más irremplazable para Xavi, sino en el alma de su equipo. Y ese es justo el peligro que corre el Barça en estas cuatro inacabables semanas que, incluso con el +8 en Liga sobre el Madrid, serán decisivas para recuperar la autoestima de un club vituperado: el de encontrarse compuesto y sin alma en el peor momento deportivo, cuando todo apunta a que puede salir bien pero aún es susceptible de acabar deprimentemente mal. El problema queda expuesto, pero ¿cuál es la solución? Pues Xavi, claro, si es capaz de dar un decisivo paso adelante como entrenador del Barça. Resuelto el incómodo envite contra el Cádiz gracias al afán de superación de Ferran, el colmillo reluciente de Lewandowski y el pundonor de un Sergi Roberto de quien debe recordarse que muy a menudo marca goles cuando juega en su posición natural, lo que le viene al Barcelona sin Pedri y sin Dembélé exige una propuesta más dominante.

Xavi habla con frecuencia de las variantes en función del rival, pero la realidad dice que la mayoría de esas alternativas han sido para guarecerse de las virtudes del contrario mucho más que para explotar sus flaquezas. Por ejemplo, cuando Marcos Alonso jugó de lateral contra el Inter para fortalecer el juego aéreo defensivo. O como cuando repetidamente alinea a Araújo de lateral derecho para desplumar a Vinicius. No es que sean malas ideas, pero se quedan cortas. El mejor ejemplo fue la final de la Supercopa, donde además del recurso defensivo de Ronald, el entrenador culé dispuso a Gavi en la delantera contra el Madrid... y vapuleó al eterno rival como ha sido uso y costumbre azulgrana en la mayor parte del siglo XXI. A Xavi le falta confiar en su capacidad de arriesgar, la misma ambición irreverente que convirtió en leyendas a Johan y Pep. Especialmente, cuando tiene la enfermería llena del talento que, en el fondo, le sirve de coartada para innovar más bien poco.

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