Era muy fácil haberla olvidado a la media hora de partido, pero no la soñó usted, astuto lector: esa sensación de que el Barça, en lugar de ir al Metropolitano por la salida de Matadero, se inventaba un número de prestidigitación para saltarle todos los cerrojos al Atlético en su estadio en un partido de la máxima presión... existió. Ya lo creo. Con Dembelé abierto pero expectante y un centro del campo aparentemente contrahecho, Pedri atrajo contrarios hacia una zona donde ninguna cremallera rojiblanca abrochaba, confiando a ciegas en la continua percusión del punto de penalti por parte de Gavi. Así abrieron los azulgranas el camino hacia el único gol del partido, artífice de una victoria que, por todo lo demás a partir de ese momento, fue como un auténtico parto de 72 horas de duración. Con una episiotomia final que Araújo se afanó en suturar en el momento justo. Pero qué 20 primeros minutos, oiga.
Sobre todo, porque una de las cosas que más sorprenden del Barça actual es lo cartesiano de su propuesta. Si las lesiones no fuerzan variantes, en los partidos grandes casi siempre forma con dos centrales aseados, un lateral-central a la derecha para favorecer las subidas de su homólogo zurdo, un pivote, dos interiores que juegan casi paralelos, un delantero centro y dos extremos, todo lo más uno de ellos a pierna cambiada. El resultado de esta hoja de ruta es una alarmante falta de improvisación y, por supuesto, una fase ofensiva tremendamente previsible. La memoria nos falla a veces, pero la videoteca no miente: el Barça que arrasaba era un equipo innovador en ataque, que a veces colocaba la rueda delantera al borde del precipicio sin un '9', otras con uno pero tirado a la izquierda, convirtiendo a los mediapuntas e incluso a los delanteros en pivotes o asomando a los mediocentros al balcón del área.
Es cierto que Messi era un jugador inclasificable y con un rendimiento estratosférico en cualquier zona del campo, quien gracias a su genio absoluto se convertía en el ingrediente secreto capaz de endulzar cualquier experimento, por arriesgado que fuera. ¿Pero era Leo quien curaba al Barça del vértigo o viceversa? Aquel infausto burofax deja, como mínimo, un espacio abierto a la interpretación. Messi se quería ir, al menos en parte, porque el Barça ya no era lo que solía ser: un conjunto excitante, empoderado por su estilo, liberado de las cadenas del miedo a un mal resultado, adicto a la adrenalina y casado con el filo de la navaja. Su gloria era imperceptible al ojo del homo vulgaris... hasta que jugaba contra su equipo y lo levantaba en peso. De eso tuvo buena parte de culpa Guardiola, claro, como antes la tuvo Cruyff y después, Luis Enrique. Y se puede argumentar que las suyas fueron épocas irrepetibles... y sin embargo en cierta medida se repitieron. Era de esperar que al menos quienes fueron referentes suyos sobre el campo, como Koeman o Xavi, honraran aquel bendito amor por la locura.
Por eso, contemplar el funambulista idilio en el área de dos talentos de 18 y 20 años nos despegó del sofá de la miseria después de mucho tiempo. Y tiene sentido, porque una de las señas de identidad del mejor Barça que vieron los tiempos es que jugaba quien tenía que hacerlo y en el sitio indicado para desplegar el mejor fútbol posible, aunque volaran por los aires esquemas y jerarquías: ¿Eto'o? Fue necesario, pero no imprescindible. Se marchó Henry y apareció Pedrito, más tarde Pedro. Si para dejar sitio a Busquets había que vender a Yayá Touré, pues adelante con ello. ¿David Villa siempre lejos de la zona de remate? Que pregunten a los aficionados del United o los del Madrid qué tal salió eso.
El Barça, durante muchas temporadas, presumió de arrojo y gallardía, y precisamente esas cualidades eran el primer paso que lo conducía a la victoria. Ahora es un equipo timorato, que se la da a Dembélé a ver qué inventa, suele ser nada, y que saca a Kessié para adelantar líneas porque lo tienen encerrado atrás. El domingo, durante 70 minutos, fue muy inferior a su rival. Pero con solo un cuarto de hora largo de recitar los versos sueltos de antaño le dio para llevarse el partido. Da que pensar, desde luego.
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