Sin necesidad de cobrarnos por la suscripción, Luis Enrique Martínez (momentito, que me pongo de pie) tuvo a bien presentar sobre las tablas roídas del Mundial a un puñado de jugadores que el barcelonismo percibía hasta ayer igual que al Hada Madrina o al Ratoncito Pérez: siempre ha querido creer que existían pero en el Camp Nou y alrededores parecía imposible encontrar pruebas fehacientes de su materialidad. Tuvo que asomar esta Copa del Mundo hija de la codicia a mitad de temporada para ver de qué son capaces algunos futbolistas sin signos de agotamiento si se entregan a las funciones que pueblan los más lúbricos sueños de la culerada.
Sin ir más lejos, es el caso de Ferran Torres. No es solo que marcara dos goles y su suegro tuviera a bien sustituirle para que anoche durmiera solamente como pichichi de España en lugar de como máximo goleador del Mundial en solitario. Lo cual habría tenido guasa, no me lo negará. Además, el yernísimo se marcó poco menos de una hora de fútbol en la cual conjugó las dos mejores virtudes del seminarista: la paciencia del pupilo y la ambición serena de quien busca la iluminación. El 11 del Barça y La Roja demostró una vez más que siempre pone la otra mejilla ante la adversidad y toda la carne en el asador para atacar ese intervalo entre el lateral y el central del que a veces habla Xavi para explicar derrotas.
Capítulo propio exige la actuación de Gavi, propulsado por un seleccionador que ha descubierto cómo catalizar su prodigiosa mezcla de vigor y sutileza. Sin la servidumbre de limpiarle los bajos y los azulejos a cierto extremo francés que demasiado a menudo confunde la taza del váter con el bidet, el 9 de España ofrece su mejor cara cuando ve el fútbol de ídem: percute, dribla, brega y reparte tantos balones como topetazos. Ayer fue MVP del partido merecidamente: ante su empuje indómito la defensa costarricense se deformaba una y otra vez como un parachoques de plastiquete. En nuestra Liga las hay mejores, por supuesto, pero también muchas por el estilo. Cuando algún día el Barça vuelva a creer en fabricar el fútbol desde los interiores en lugar de usarlos para acular al rival hacia su área y abrir brecha para los extremos, quizá descubra lo que es viajar en este Rolls Royce hecho futbolista.
Y hablando de artículos de lujo, ¿qué me dice usted de un jugador que recuerda aún más a Iniesta llevando el 26 que con el 8 a la espalda? Cuando Pedri entra en ese trance propio de los chamanes que le posee cuando se enfunda la colorada es todavía más etéreo que cuando viste la azulgrana de un Barcelona donde aún se perciben ciertas dudas sobre si nombrarlo capitán o fontanero mayor. Cuando alcanza ese estado de arrobamiento teresiano, el tinerfeño es para su equipo un espíritu guía que muta de lobo en delicada mariposa y, segundos después, en venenosa serpiente de cascabel. Ningún registro del fútbol le es ajeno. Por si fuera poco Busquets y Alba están mucho más cómodos jugando en esa onda media que es la propia de su edad. Bienaventurados aquellos que dejan la FM para los jóvenes como el efervescente Balde. Como casi todo en la vida, el tiki-taka es para quien se lo trabaja desde el andamio.
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