Devuelto finalmente al sepulcro el testarudo zombi de la Champions, Almería y Osasuna serán los últimos rivales del Barça antes del Mundial. Y sí, astuto lector: la oportunidad de adelantar al Madrid en la clasificación antes del final de 2022 debería ser verbo hecho carne para los de Xavi una vez superada la pertinaz resaca europea. No solo porque la inercia del Barça en Liga sigue siendo de un positivo impenitente, pese a conquistar Valencia sobre la bocina y seguir con los cordones enredados a una línea defensiva de remiendos y provectos multimillonarios. Sino porque a su máximo y seguramente único rival en la Liga se le empiezan a pegar las suelas en la miel de la autocomplacencia. 

Tal y como se vio en la visita del Girona al Bernabéu, la ausencia de tribulaciones para la vieja guardia merengue en las últimas semanas los ha abocado a una tarea desagradecida: disimular como pueden que ya les importa más llegar sanos y salvos al calorcito del desierto que aplicarse en los últimos duelos de Liga previos al absurdo parón que, en nombre de la codicia, contempla al fútbol este mes. De ahí que en el club blanco se arrojaran este pasado fin de semana a esa tan sobreactuada llorera arbitral que practican de cuando en cuando. Sobre todo si en altas instancias merengues se detecta que sus futbolistas necesitan un pellizco en el orgullo que les coja bastante molla. En juego está irse al Mundial en el Gobierno y no en la oposición, y cualquiera se fía del Cádiz, pero antes, seguramente sin el ofendidito Carletto en el banquillo, espera el Rayo de Iraola, un equipo de alto voltaje.

Además, los barcelonistas que formarán parte del extraño harén invernal, a excepción de Busquets, Alba y Lewandowski, son en su mayoría un puñado de zagalones que juegan al fútbol sin medida y con el pie lejos del freno. Francamente, tampoco se percibe que el siempre honrado polaco se vaya a poner ahora a racanear. Y si no, fíjese usted hasta dónde estiró la pierna para abrochar el centro de Raphinha en el descuento de Mestalla. Esos isquios no saben de prudencia. Obviamente, el Barcelona necesitará suerte para materializar tan oportuno sorpasso, pero desde luego es un grato objetivo para un grupo de jugadores excesivamente vapuleado, y opino que Xavi debería hacer lo posible por facilitar que se quitaran así de la cabeza el último fracaso. Incluso podría dejar a Dembélé esperando su turno en el banquillo de vez en cuando.

Que el Barça está en construcción lo oímos demasiado a menudo, especialmente en las horas postreras de algún crujir de dientes. Pero construir desde el liderato tiene un encanto osado y muy especial: el de aquel que no está muy seguro de lo que está haciendo pero aun así no puede ser ignorado. De marcharse con la primera posición perdida, y por mucho que intenten no pensar en ello, una desazón discreta perturbará a los jugadores del Madrid cuando charlen con sus compañeros en la previa de algún partido de esta Copa del Mundo. Y, por supuesto, se producirá exactamente el efecto contrario: los mundialistas culés andarán entumecidos en caso de pulular por el Golfo sin tener algo apacible a lo que encomendarse antes de dormir. Eso se juegan los jugadores del Barcelona en estas jornadas: cuatro semanas de rememorar desventuras y parvedades o un mes entero de dormir como bebés. No es poca cosa.

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