Salió Xavi al Bernabéu con parecidas huestes a las de su doble pifia contra el Inter pero peores, anquilosada sin remedio la banda derecha entre un Sergi Roberto que hace lo que puede y un Frenkie de Jong al que ya se le han quitado definitivamente las ganas de jugar en el Barça. Lástima que no le sucediera en agosto. La testarudez de su entrenador en alinear a un tiempo a Raphinha y Dembélé fue la proverbial tumba azulgrana en una visita al eterno rival que olía levemente a bálsamo y terminó apestando a azufre. Y no solo porque el desempeño de ambos extremos, especialistas en arrancar a pie parado y necesitados de unos espacios que el Real Madrid se conjuró para negarles, estuvo muy lejos de lo que se espera. Sino también porque los errores defensivos, que los hubo y graves, deberían ser el Omega del Barcelona y nunca el Alfa. En este particular, el periplo de Xavi en el banquillo azulgrana está resultando particularmente decepcionante.

El mantra más original y apoteósico del cruyffismo era que si el contrario te mete tres goles pero tú metes cinco, ganas siempre. Ya se ve casi todos los días que en el fútbol contemporáneo es cada vez más difícil firmar una manita, pero en cambio que al Barça le casquen tres chicharros en cuanto se enfrenta a un equipo medio hecho parece de lo más sencillo. Xavi, hasta ahora, centra sus análisis y golpes de pecho en esos errores defensivos de bulto que finge inesperados, pese a tener un tercio del bloque defensivo lesionado o renqueante y a otro tercio camino del geriátrico, pero olvida, quizá de manera calculada, la segunda parte del aforismo de Johan: hay que hacer todo lo posible por marcar cuantos más goles mejor.

De las pocas cosas positivas que se han visto en el Barça del último año natural es que Lewandowski ataca mejor cuando se asocia, que hay jugadores en plantilla muy dotados para generar ese tipo de juego asociativo en espacios reducidos (Pedri, Gavi, Ansu, Ferran), y que esta plantilla azulgrana tiene variantes tácticas de sobra para presentar en ataque. La necesidad de circular el balón con velocidad y precisión es irrenunciable, pero la diferencia entre hacerlo con todos los jugadores estáticos, esperando el balón al pie, o hacerlo a base de generar espacios con paredes y desmarques en corto es palmaria. Especialmente, en lo que enfrentarse al Real Madrid se refiere.

Que yo recuerde, nunca le ha funcionado al Barcelona lo primero y ha salido a menudo a hombros del campo de su eterno rival con lo segundo. Luego resulta del todo insólito que Xavi, precisamente Xavi, quien tantas veces ha escuchado desde el verde cómo se resquebrajaban los cimientos del Bernabéu (por algo lo están remodelando), se empecine en un estilo de juego estático y errático, dependiente de dos regateadores largos y escaso de chispa para mover la bola y, sobre todo, para implicar a todos los jugadores en la fase ofensiva. Por supuesto, ya han salido los tremendistas a exigir músculo, efectividad, pegada, pragmatismo y, en fin, otras tantas boutades para las que hay plantillas muchísimo más dotadas. Que le pidan a Éric García que defienda sin balón a campo abierto es como si le pidieran a Stephen Hawking que haga dominadas como un astronauta cualquiera. Pero no por erróneo el diagnóstico del remedio desaparece la enfermedad, claro. Como decía Woody Allen en Annie Hall, las relaciones son como los tiburones: nunca pueden dejar de nadar, porque si lo hacen, mueren. Y lo que tiene Xavi entre manos es un tiburón agonizante. Un Barça sin madurar. Esperemos que pronto empiece a mover las aletas, porque esto acaba de empezar y ya pinta pero que muy mal. 

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