Uno pensaba, ingenuamente, que repetir en Europa el mismo once con el cual hiciste el ridículo contra idéntico rival ocho días antes era una cosa del pasado en el Camp Nou. Una pardillada impensable para Xavi Hernández, esperable si acaso en alguno de esos recientes entrenadores del Barça abrumados por las circunstancias y demasiado enclenques para el trabajo que hoy andan lloriqueando en entrevistas periódicas porque Piqué no les hacía caso, el equipo no daba para más, la directiva los traicionó, tratar con Messi era muy difícil, ganar sin Messi era más difícil aún o su ayudante era un gilipollas pero había que quererlo así.

Ya, ya sé que ayer ante el Inter pesaron las lesiones, las circunstancias, la presión, el fumeque de la abuela, y que en realidad no fue lo mismo porque Dembélé jugó por la izquierda y hasta metió un gol... Pero todo fue leer el cartelón una hora antes del partido y en esta humilde morada se dejaron los langostinos precintados en el congelador. Un subidón de ácido úrico sin alegría es mejor evitarlo siempre. Que el Barça cometería errores defensivos graves alineando a un pivote de 34 años y al 5º central del equipo era previsible, y razón de más para atacar con más recursos. Para sorpresa de nadie que viera la alineación, la ofensiva azulgrana se mostró apelmazada y sosainas desde el primer pitido de una final contra el Inter que el Barcelona no salió a ganar y, por ende, no ganó.

Lo único decente que el equipo local despachó ayer en el Camp Nou llegó en un arreón frenético pasada la media hora de encuentro, coincidente con el momento en que Raphinha alcanzó la velocidad de crucero y sacó a pasear un repertorio supersónico. El brasileño es el mejor extremo derecho del Barça de largo, y todos los minutos que ese elemento llamado Ousmane disputa en su posición son un insulto al fútbol, al escudo azulgrana, al ADN, a La Masía, a Johan Cruyff y a la Moreneta. A punto estuvo el francés de coronar su, pese al gol, deleznable actuación dejando al equipo con diez por rascarle la tibia a Darmian, lo cual habría sido ya para cambiárselo a pelo al Barça Atlètic por Pablo Torre y olvidarse de él hasta que acabe contrato... otra vez.

Sin embargo, resuelto en primera instancia ese asunto en particular y con marcador favorable al descanso, Xavi no quiso acordarse de que su mejor futbolista ni siquiera había sido Raphinha, sino Monster Stegen. De modo que mantuvo su plan como su flequillo: altivo e inalterado. Y claro, los dos primeros cambios no los decidió él: le explotaron en la cara tras el 1-2 de un Inter que solo en la cabeza de Calhanoglu tiene más fútbol que toda la maldita Aspire Academy junta. Como del zumbido de Dembélé es imposible librarse, El Mosquito despachó media hora lamentable entre el extremo derecho y la delantera mientras Rapha se ciscaba en todo lo ciscable en el banquillo y Ansu Fati daba una lección de cómo jugar al fútbol asociativo en el intervalo entre el lateral y el central. Lo malo es que a Dembouz las clases magistrales del 10 siempre le pillan al otro lado del campo, claro.

Una vez más, Xavi acertó en su análisis del rival: un Inter en bloque medio-bajo, la presión alta de los italianos en momentos puntuales, los únicos espacios en la zona por donde Raphinha detectó la irrupción de Sergi Roberto que precedió al primer gol blaugrana, la necesidad de pausa, la importancia de generar espacios con giros y paredes rápidas... Y por segunda vez no solo colocó sobre el campo a un equipo incapaz de aprovechar su diagnóstico para generar 6 o 7 ocasiones claras en todo el encuentro, con Gavi desaprovechado de nuevo como guardaespaldas de la incomprensible estrella de este equipo y Marcos Alonso mirando la línea de fondo desde no menos de 30 metros, sino que acabó el partido con Kessié haciendo no se sabe muy bien qué, la estrellita Dembélé colgando balones grotescos y malogrando contraataques, un marasmo de centrocampistas fuera de zona... Y, en fin, el de Terrassa tuvo la suerte de que en lugar de un socorrista con un cursillo de primeros auxilios tenía disponible a un cirujano de campaña llamado Robert Lewandowski, única razón por las cuales las gravísimas heridas que su equipo recibió ayer en el campo de batalla no fueron fatales. Solo de una gravedad extrema y, sobre todo, indignas de un ya solamente presunto sabio del fútbol.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana