Una información publicada este miércoles en El Mundo sobre las exigencias de Messi para ampliar su contrato en 2020 ha abierto múltiples debates, la mayoría de ellos sin mayor consecuencia, puesto que Leo ya es exjugador del club. Pero, desde luego, las cuestiones destiladas del último Messigate tocan muchos palos interesantes. ¿Es abusivo o codicioso que un futbolista pida, además de su salario, primas, viajes, palcos y prebendas para sus acólitos? Pues no sé, astuto lector, pero si no las puede pedir el mejor futbolista de la historia, ¿quién puede? Aparte de Neymar y Mbappé, digo, que pueden tener pecado por exigirlas, pero la penitencia la lleva solo el que se las da. En parecido orden de cosas: ¿cuánto hay que pagarle al mejor? Aún más, ¿cuánto hay que pagarle al mejor cuando ya tiene 33 palos y varias debacles en Champions? Y lo más interesante de todo: ¿cuánto le cuesta a uno el amor en el fútbol? Pues se ve que un congo.
Los números cantan, y esos números dicen que el diez de dieces pidió el 20 de junio 75 millones netos, que le pagaran todo lo que el club le pidiera diferir a causa de la pandemia con intereses, 10 millones de prima, 10.000 euros de cláusula y algo de bisutería para su séquito. Que el 17 de julio el Barça perdió la Liga en la penúltima jornada. Que para el 24 de julio, según Bartomeu, Messi ya quería marcharse pese a tener contrato en vigor, y que el 14 de agosto llegó el oprobio de los 8 goles en contra. Como colofón, el 24 de agosto, apareció el infame burofax.
Una cosa que tiende a olvidarse es que Messi de hecho jugaba en los partidos y campeonatos que el Barça palmaba. De titular. Pero era rampante entonces, quizá no lo es tanto ahora, esa disonancia cognitiva que atribuye al mejor la virtud de la infalibilidad. Si todo falla, debe ser culpa de algún otro. Setién tuvo mucha, claro, y por eso anda confesando ahora por ahí que bueno, que vio que aquello era un porro pero se lo fumó por codicia, esta sí, de palmarés. Pero, visto en perspectiva, probablemente el mayor error de Barto y su Junta fue no dar un decidido tirón del enchufe cuando la cafetera estaba a punto de explotar. Y se demuestra que fue un acierto de Laporta dejar de huir hacia delante y abocar a Leo al llanto y el exilio, pese a que verlo así doliera en el corazón. Observe si no el astuto lector la consideración actual de buena parte del barcelonismo acerca de sus cuatro capitanes. ¿No hubiera sido aún peor para Messi vivir esto?
En el final de Lionel como azulgrana, tanto el jugador como el club perdieron su relato: ni Leo probó dando un oportuno paso a un lado, como hicieron Xavi o Iniesta, que el escudo que le dio todo desde niño no podía descoserse ya de su corazón, ni el Barça supo mandarlo a pastar cuando debió hacerlo, sobre la muy razonable base de que los jugadores pasan y el club queda, e incluso lo de Messi era pasar. Sí, justo lo que el Madrid hizo con Sergio Ramos. En cualquier caso, todos estos papeles de ayer ya no sirven siquiera para envolver el bocadillo de mañana. Son lágrimas en la lluvia. Hasta que toque el PSG en Champions, claro. Si hay suerte.
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