Empieza la Liga, y la culerada se tiene que pellizcar con bastante saña en algún tejido blando para comprobar que la plantilla con que el Barça afronta la presente temporada es real y no un embrujo en el rubí del Señor de los Sueños. Línea por línea, el primer equipo azulgrana ha reclutado arte, músculo, tormenta y fanfarria. Ha pasado de parecer un enclenque quinteto que raspa sus instrumentos en las noches de entre semana de clubes mugrientos a lucir el egregio porte de una big band de riguroso esmóquin lista para echar abajo el Carnegie Hall. La apoteosis final del Gamper, con emotivo homenaje a Dani Alves y contra un Pumas inferior pero en plena competición barrido del tablero en 10 minutos, estampó el matasellos en la carta que ya están recibiendo en todos los rincones del callejero del fútbol. Una misiva breve, pero rotunda: "Silencio, juega el Barça".
Laporta ha conseguido su objetivo de transmutar el fatalismo blaugrana en una ilusión efervescente. Por eso las más que sustanciales operaciones de salida y entrada que aún restan para dar el mercato por concluido se antojan minucias, livianas pelusas en la chaqueta de Mateu Alemany. Pero, más importante aún, desde fuera del club, o sea, desde los banquillos, gradas y sofás rivales, la incredulidad al escuchar el bramido del renacer azulgrana da paso a una desazón atávica. Un aroma a esos partidos en que el Barça te pasaba por encima y bien poco podías hacer al respecto. Los tiempos de la hegemonía.
Todos los torneos que aguardan al Barcelona de la 2022-23 serán duros, desde luego. Pero el plantel blaugrana, incluso despachando a los holandeses y a unos cuantos canteranos de buen nivel como Nico o Abde, se antoja un lienzo fuerte y bien tramado para recoger el viento que habrá de impulsar el barco de Xavi Hernández. Desde las maromas que son los brazos de Koundé y Araújo a las andanadas de Lewandowski, el nuevo Barça arranca su travesía con cien cañones por banda, esas mismas bandas extremadamente abiertas y el ardor en la presión tras pérdida de un grupo de corsarios.
No se aprecia un solo cortocircuito severo en un equipo eléctrico y dominador, que hilvana un fútbol preciso como el pulso para enhebrar agujas y además lo hace con la contundencia de un martillo neumático. El mejor indicativo de que el Barça propone un despliegue como hacía tiempo que no se veía en el Camp Nou es muy sutil: Éric García, que es sin duda el defensor más dotado para sacar el balón desde atrás, a menudo encuentra no solo un pase de seguridad, sino el primer chasquido de un ataque fulgurante. Desde su bota al disparo a puerta a veces transcurren tan solo unos pocos segundos pero siempre múltiples toques de balón. Y eso es fútbol, directo y total, no las milongas que contaban Koeman y otros que, por lo que fuera, nunca lo veían claro. Pero silencio, caramba, que el primer partido del nuevo Barça está a punto de empezar.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana