Incluso en plena ola de calor global cuesta trabajo no sacar la bufanda después de ver el estreno del nuevo Barcelona en su gira americana. No les cuento nada si en la próxima noche del sábado al domingo el Real Madrid se lleva los tres pepinos habituales de media en sus duelos del siglo XXI contra el único rival de Europa que se cisca en sus magias, sus espíritus, su inagotable potra y su nadería futbolística. Que sí, que esto son pachangas y lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas, pero en una semana donde no se esperaba otra cosa que canícula, el Barça ha emergido del agua y pasea sobre la arena con piel prístina, rostro relajado y la sonrisa confiada que augura su asalto a la banca en el casino de la esperanza futbolera.

La erupción en Miami de un equipo ilusionante se sustenta no solo en fichajes con tan buena presencia como Kessié, Christensen, Raphinha o el aún inédito Lewandowski, sino también por la pinta que tienen Ansu y Dembélé de que van a jugar 20 partidos seguidos y porque no se sabe si algunos titulares de la temporada pasada lo seguirán siendo esta o incluso se convertirán en carne de traspaso, signo inequívoco de que el equipo ha mejorado. También por que a la anticipación de lo que darán de sí la magia y el acero de Pedri y Gavi en su segundo año en la élite se unirá pronto el reclutamiento de una necesaria tropa de defensas. Pero, sobre todo, porque por primera vez desde hace tiempo el grueso de la plantilla azulgrana tiene más de estructural de que de transitorio. O lo que es lo mismo: a simple vista, se ven más soluciones que problemas.

Es pronto para decir cuál será el auténtico potencial de este equipo, pero de lo que no tenemos ninguna duda en este blog es de que si las hipotec..., perdón, palancas que la directiva de Laporta está firmando sirven para dar a Xavi una oportunidad de demostrar que la hegemonía del Barça sigue siendo hereditaria, serán deudas oportunamente contraídas. El mayor peligro de la época post Messi, que inevitablemente debía llegar, era descarrilar hacia la mediocridad. Pensar en el centro lateral como principal argumento ofensivo. Encomendarse al primer holandés de la agenda para ver qué inventaba. Fichar a esos típicos jugadores que no encajan muy bien en ningún equipo. Entrar en una rueda de contrataciones infladas de futbolistas jóvenes, cesiones al año siguiente y traspasos a la baja con opciones sobre ventas futuras que suenan a quimera. En definitiva, volver a las andadas.

No me entienda mal, astuto lector: eso también ha sucedido y de hecho ocurre ahora en la trastienda de un club maltrecho y depauperado por unos exdirigentes manirrotos, donde Mateu Alemany baila con el cuchillo entre los dientes y el delantal lleno de sangre y purpurina a partes iguales. Pero entre Laporta y Xavi están consiguiendo que importe más lo que sucede en el escaparate, y desde luego tiene mucho mérito porque no era fácil. Lo sencillo era sucumbir a la molicie, desesperar como un poeta adolescente y aceptar con estoicismo la prolongación de una inevitable travesía glacial. Pensar en el pan y la sal antes que en los banquetes de otros tiempos. Pero, como escribió Marco Aurelio, "nuestra vida es lo que nuestros pensamientos crean". Y el pensamiento generalizado entre la culerada estos días es que su equipo no solo se ha sacudido la escarcha del derrotismo, sino que además está que arde.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana