Valga la morbosa reunión de ayer que la plana mayor del Barça mantuvo con el inefable Jorge Mendes en el Via Veneto para recordar que hace algo menos de un mes el barcelonismo se desayunó la tostada un poco requemada por los bordes. La razón fue una noticia similar aparecida en la prensa una mañana cualquiera: Mateu Alemany, director de fútbol en el Barça, y Miguel Ángel Gil Marín, factótum del Atlético, se habían reunido a cenar en Madrid. Todo normal... o no. Fue curioso entonces que, en lugar de salir a atajar rumores veraniegos de fichajes rutilantes, fuentes conocedoras de la discreta reunión hicieran algo parecido pero de ninguna manera lo mismo: desmentir que ambos clubes anden, como se dice vulgarmente, jodiendo la marrana una vez más. Sucedió así porque la tóxica relación entre el club del Wanda y la entidad blaugrana que se inició con la incomprensible donación de David Villa ha dejado, con los años, una profunda cicatriz psicológica en la culerada. Cosa lógica.
Durante la charanga inflacionista y delirante que no sabíamos que daba sus primeros pasos en aquella colocación estilo ONG del '9' asturiano, el Barça ha vivido éxitos deportivos, sí, aunque seguramente menos de los que merecía. Pero, sobre todo, ha dado forma a un vodevil con escenografía colchonera repleto de episodios estrambóticos: por ejemplo, los Koke-teos para atar a precio de merluza de pincho un presunto relevo de Xavi Hernández, las opciones de compra sobre algunos futbolistas desaparecidos luego como espejismos, el infausto Ardaturanismo, la peliculita producida por Piqué en la cual Griezmann asestó una bofetada turca al barcelonista para acabar rizando el rizo de vestir la blaugrana un verano después ante el estupor general, o el inquietante déjà vu con la operación Luis Suárez, quien, como David Villa, fue campeón de Liga con el Atlético. Sí, astuto lector, de esa misma Liga que disputa el Barça.
Ya con Laporta en la presidencia (y la mediación Mendes, of course) el nombre de Joao Félix también se ha añadido a la lista de pessoas de interesse atléticas para el Barça. Pero la magra del tira y afloja entre rojiblancos y barcelonistas, que casi siempre favorece a los primeros, gira de nuevo en torno al lastre de Antoine Griezmann: un jugador notable, el cual sigue sentado a la mesa de los niños pero cobrar, cobra como si presidiera la de un Consejo de Administración. Por mucho que vociferen los abogados del diablo que Alemany y Gil Marín solo discutieron sobre la conveniencia de echar vinagre a la pipirrana, la cláusula de obligación de compra del francés por 40 millones al final de la próxima temporada fue sin duda el salvamanteles de la velada. Ahora, además, podemos sospechar de su relación con el retorno de dos patatas muy calientes a la plantilla del Atlético.
Mientras la directiva culé espera a la asamblea del día 16 rezando "palanquita, palanquita, todo menos que me quede como estoy", resulta que la Juve prefiere insistir en la presunta buena estrella de Vlahovic antes que apoquinar por un Morata que en el fondo no les ha funcionado mal. Y, al mismo tiempo, el Chelsea ha decidido que Saúl por fin podrá jugar en la posición que le dé la gana siempre que lo haga en otro equipo. Como no hay cosa más bonita que pagar las deudas en especie, y además hablamos de dos internacionales a los que Xavi ve con ojos amables, no podría extrañarle a usted que la agonía presupuestaria del Barça acabara por sustituir los supuestos advenimientos de Raphinha, Neves o Lewandowski por las llegadas al equipo de Di María o Januzaj y alguno de estos dos elementos. Si no los dos. Y oiga, sin entrar a valorar otras consideraciones, si algo debería haber aprendido el Barcelona de toda esta vaina es que al Atlético es mejor no tocarlo ni con un palo, porque no trae más que disgustos. Como escribió Voltaire: "No siempre es culpa nuestra ser pobres, pero siempre depende de nosotros hacer respetar nuestra pobreza".
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