Todas las personas de bien que por aquí nos encontramos cada jueves desearíamos que el título de este blog nos evocara solamente el delirante slasher setentero y no, como ocurre desde esta semana, el crimen abyecto de Salvador Ramos, un joven desequilibrado al que nunca se debió permitir el acceso a un arma de fuego. Sin embargo aquí estamos, porque la vida, como escribió el poeta Rubén Darío, amarga y pesa. Eso sí, siempre dando gracias por vivir en un país semicuerdo, donde la mayoría de los políticos solo adolecen de contar falacias o de favorecer chanchullos y comisiones de palabra, obra y omisión, pero no de cargar con docenas de niños muertos sobre sus conciencias. La mayoría. Por eso permítame el astuto lector que me aparte condolido de la tragedia real para acomodarme en la nostalgia del hito cinéfilo y hablarle de fútbol, bendito opio del pueblo.
La temporada del Barça queda 100% finiquitada tras un amistoso en Australia que sirvió de estrambote a la carrera azulgrana de Dembelé. Me alegré de que marcara un gol en su último partido y, sobre todo, de no haberlo visto: me pilló en el baño. Cuando me alegraré también bastante será cuando Laporta se ponga de una vez la careta de Leatherface y empiece a pasar a martillo y sierra mecánica los contratos de todos esos futbolistas que le sobran a una plantilla azulgrana con un solo destino: no puede aspirar a ser otra cosa que la caja de herramientas que Xavi necesita. No significa que esa sea la única opción, pero desde luego es la única congruente, y queda muy claro que la incongruencia es lo que más ha pesado al Barça de los últimos tiempos. Hablar de presión alta cuando en los entrenamientos estaban de risas. Invocar al tiki-taka cuando había futbolistas que jamás habían practicado el juego de posición. Fiarlo todo a Messi y a que el entramado que le compraran alrededor encajara mágicamente porque costaba más de 100 kilos por cabeza, cuando siempre fue Leo quien ponía la guinda al equipazo y no al revés.
La operación salida de este verano en el Barcelona genera en mí y en los que me aguantan una mezcla de ilusión y zozobra. La ansiedad pega fuerte, porque quiero ver cuanto antes vísceras salpicando en la pantalla. Pero, al mismo tiempo, entiendo que la tensión dramática debe ir construyéndose, que la gracia es que vayan cayendo uno a uno, y que al menos uno de los pardillos que han acabado en la granja de los Hardesty acabará saliendo vivo de la masacre y alejándose en coche del horror mientras el president agita su motosierra en el aire, preso de la frustración, y tiene que conformarse con traer a Januzaj en lugar de a Raphinha, quien a estas alturas de la película ya nos parece hijo de Pelé y nieto de Garrincha.
Por ejemplo, creo que a Lenglet y a Pjanic se les puede largar en condiciones pero tampoco me extrañaría que acabaran formando parte forzosa del plantel de la 2022-23. También oigo a Braithwaite decir que no se ve fuera del Camp Nou después de pasarse cinco meses lesionado y otros cuatro jugando un total de 11 minutos. A Martin la verdad es que estoy dispuesto a dejárselo pasar, porque creo que tiene más que ver con una sana autoimagen y un carácter competitivo que con ganas de poner en aprietos al club. Pero vamos, que no está el horno para bollos. Imagino a Dest y Mingueza de nuevo pagando en los rondos de los entrenamientos. E incluso, en noches febriles, sueño que el Atleti se inventa cualquier movida y aparece por la puerta del vestuario culé el bueno de Antoine Griezmann con esa camisa de Mango espantosa que anuncia. En fin, todo pesadillesco. Solo cabe esperar que cuando acabe esta peli de terror el Barça acierte medianamente en lo que pueda fichar y no empiece otra, porque si no habrá que cambiar el altavoz de Spotify por el King Kong del Festival de Sitges.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana