Además de otros usos no recreativos como los que describía esta misma mañana el presidente de la RFEF, Luis Rubiales, una cantidad generosa de perico, normalmente transportada en un bolsón de considerables dimensiones, es considerada en más ambientes de los que usted se imagina el tótem último de una alegría digna de celebrarse con chamánico fervor. Y para alegrías, la que se ha llevado un amplio sector del futbolerismo patrio con la estrepitosa caída del Barça en la última semana. Si pensaba usted, astuto lector, que por el titular de esta columna me iba a detener en hablarle de Geri y sus chanchullos, ya ve que se equivoca.

Le digo más, opino que si los audios del fútbol que hemos vivido y viviremos escandalizan tanto al personal es más por una deficiente comprensión del negociado que por auténtica catadura moral. Este balompié nuestro vive desde hace años chapoteando en un discurso lodoso y ambigüo, donde defraudar unos cuantos milloncejos a Hacienda es menos grave si el defraudador es de los nuestros, las primas a terceros no existen y ningún jugador las ha visto jamás, los intermediarios trabajan por el bien de los clubes y se puede apostar hasta en partidos de Segunda B, donde estoy seguro de que nunca se ha ofrecido a un portero dinero por encoger el brazo en un par de disparos a puerta. Vamos, segurísimo. Porque son todos multimillonarios, ¿verdad?

A mí, desde luego, me hace falta más que unos mensajes de voz mimosones y unas variables salariales estipuladas desde la lógica empresarial para considerar probado que la competición española está adulterada. Sobre todo porque sí, el Sevilla tuvo el otro día al Madrid en la lona y a punto de quedarse con diez, pero no, no creo que con expulsión de Camavinga y derrota blanca (si es que se puede considerar una la consecuencia segura de la otra) el Barça hubiera dejado de palmar contra el Cádiz. Cuando el equipo azulgrana camina por el valle de las sombras, como le ocurría incluso de la mano de Pep en aquellos febreros fatídicos de bajonazo físico, lo mínimo que despacha es un partido rebosante de impotencia contra un rival de la zona baja a cuyo portero le crecen los cuatro brazos de Vishnu y los reflejos de un guepardo. Y ya se vio contra el Eintracht que el Barcelona está tieso. No es que se haya olvidado de jugar, es que no le da. Y mucho menos si no está Pedri para compensar la falta de stamina con un exceso de magia.

Por eso en muchos hogares y antros adornados con fotos de Zidane o incluso de Simeone firmadas por un primo segundo del dueño ya les digo que no solo se han quedado tranquilos con la doble defenestración blaugrana en la Europa League y el campeonato doméstico, sino que la amplitud de la liberación en su pecho ha sido inversamente proporcional al tamaño de sus orificios desde que la Xavineta dejó el césped del Bernabéu lleno de marcas de derrape. Que al abrir sus carteras estos días los billetes aparecieran curvados no sería casualidad. Tampoco que aprovechen para hacer del árbol caído toda la leña posible, es lo acostumbrado. Pero créame: si lo hacen con tanta vivacidad es porque el abismo del fútbol ya les ha devuelto la mirada. Solo falta comprobar cuánto tiempo tarda ese abismo en engullirlos...y si el Barça es capaz de alistar e inscribir este verano a un número decente de buenos jugadores que cubran de oscuridad el corazón de sus rivales, claro.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana