Con las cenizas del colosal incendio en el Bernabéu deshilachadas por el viento y una Liga que ya nadie en su sano juicio cree ganable, el Barça recibió al aguerrido Eintracht en un equilibrio precario. Podía decirse que, por primera vez desde que el plan de Xavi alcanzó su cénit, el vértigo de suspender todo el peso de la temporada en ese globo solitario que sobrevolaba la posibilidad de ganar la Europa League se había apoderado de un equipo que en la 2021-22 ha recibido más sartenazos que caricias. Bien está celebrar lo conseguido tras una reacción memorable, pero es imposible ignorar el lastre de todo lo perdido.
Empezó a vislumbrarse la descompostura azulgrana en Frankfurt, donde un Barcelona cansado amargó el gesto al oírse chirriar las rodillas. Especialmente espeso con la alineación de Adama en lugar de Dembélé y un Pedri falto de recorrido en el interior derecho, solo una combinación entre Ferran y Frenkie con aroma a tiqui-taqui, que diría aquel, salvó al invento de una vuelta peluda en el Camp Nou. El siguiente cólico llegó en campo del Levante, mezclando la parálisis defensiva con una sorprendente entereza para no dejarse doblegar por un resultado adverso y un rival bullicioso. La mesiánica aparición de Luuk fue gozosa, pero también un recuerdo de tiempos peores demasiado recientes.
La realidad que afronta ahora el proyecto de Xavi es ciega como la justicia y pinchuda como el coral. No levantará un título ni se irá de vacaciones con confeti pegado al pelo, y se pasará lo que queda de Liga mirando la calle desde la ventana como un niño escayolado. Vagamente entretenido en el ruido de los fichajes, el regreso de Ansu Fati, la resolución del caso Dembélé, la consolidación de una idea de juego... pero, sobre todo, jugando partidos donde solo importan los demás. Su último mes de temporada será como el montón de hojas secas que alguien se olvidó de barrer al final de un otoño demasiado largo.
Todavía recuerdo lo que me pareció peor de mi único curso en la Facultad de Derecho: eso de tener que empezar a estudiar tres meses antes del examen. ¿Pero es que acaso aquella gente no se daba cuenta de que yo tenía 18 años y salía con mis colegas 115 días de cada 100? A este Barça, que bullía de regocijo y ansiedad por saber hasta dónde pueden llegar Pedri o Gavi, visionaba múltiples repeticiones de cada conexión entre Ousmane y Auba, soñaba con que Ansu estaría preparado para marcarse un retorno épico o apretaba el puño con las últimas paradas de una versión más reconocible de Ter Stegen, tres meses de levantarse de la cama sin más objetivo que estudiar artículos del Código de Justiniano lo pueden volver un alma en pena. Es como si Coutinho hubiera aparecido por la puerta del vestuario antes de tiempo. Pero, como decía el título de aquella estupenda película francesa: hoy empieza todo. Porque la temporada ha terminado. No hay más.
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