En una de sus caras más atractivas, solo un poco por detrás de los meros resultados del equipo que pisa área en el corazón de cada uno, el fútbol son, sobre todo, historias. Estos días recordaba con unos amigos la de un delantero brasileño de nombre Aílton Gonçalves da Silva, en la espalda solo Aílton, que militó en un extrañísimo Werder Bremen que atacaba como una manada de jabalíes salvajes a mediados de los años 2000. El bueno de Aílton era tripón, sandunguero, y pese a su indudable olfato goleador no había hecho un ruido excesivo hasta que se volvió todo pirotecnia en aquel bravo equipo alemán, con el francés Johan Micoud de compañero en la delantera y el clásico Thomas Schaff como entrenador.
En su mejor temporada, la 2003-04, Aílton ganó Liga y Copa con el Bremen, hoy despeñado en Segunda. Marcó 28 goles que le salieron muy caros, pues cuenta la leyenda que por cada uno de ellos había prometido regalarle una pieza de joyería a su mujer. Y lloró como un niño al finalizar el último partido de la temporada: se había comprometido para marcharse al Schalke 04 ese verano y de repente le cayo un mazazo en el alma al darse cuenta de lo que dejaría atrás. Tenía razón: del equipo de Gelsenkirchen saltó tras solo una campaña rumbo al Besiktas, y jamás volvió a ser un trotamúsico. Su historia de ascenso y caída, en cualquier caso, posee un embrujo novelesco. Pero lo sé, lo sé, astuto lector: en el título de este blog, me había comprometido a hablarle de Ansu Fati.
Procedo sin más dilación: el fantástico delantero culé, un ángel de Machín bendecido con el gol y enfundado en la '10' aún tibia del mejor futbolista que han visto los tiempos, ha recibido buenas noticias esta semana. La recuperación de su lesión en el bíceps femoral de la pierna izquierda va según lo previsto, lo cual significa que ha podido reincorporarse al trabajo con el grupo. Como ese grupo, además, viene de pegarle un baile con sombrero ancho y clavel entre los dientes al Madrid en el Bernabéu, se descarta forzar a Fati una vez más para que sacrifique su salud en pos del heroísmo. Al revés: tendrá entreno, masaje, hielo y vuelta a empezar hasta que desaparezcan por completo la inconsistencia en el golpeo y la precaución al arrancar el esprint. Quince minutitos contra el Cádiz, 20' contra el Rayo y quizá una parte entera contra el Mallorca. Una pretemporada dentro de la temporada, sin urgencias y con viento a favor. Recuperar sensaciones, y tal. Pero, con todo y con eso, el muchacho le va a tener a usted en vilo.
Porque a Ansu Fati le falta algo fundamental: su historia. Hasta ahora, cada vez que la pluma de ese narrador omnisciente que es el balón ha comenzado a escribirla, un café ha caído malhadadamente sobre el papel, una corriente de aire se ha llevado los folios por la ventana entreabierta sobre el escritorio, o el ordenador ha pegado pantallazo azul con el archivo sin guardar. La 2020-2021 se la pasó la Pantera de Bisáu casi en blanco, asediado por una rodilla izquierda en constante y ponzoñoso borboteo. Y en la campaña que nos ocupa ha enlazado reapariciones espectaculares con pavorosas recaídas. Luego es normal que al barcelonismo le duela la fortuna de su estrella en ciernes y le angustie lo exigüe de su relato. De momento, es poco más que un aforismo muy parecido al que escribió Kafka: "El camino verdadero pasa por una cuerda que no está tendida en lo alto, sino muy cerca del suelo. Parece hecha más para tropezar que para andar por ella". Pero, ay, ¿que será de los corazones culés si llega el día en que Ansu corre sobre sus nudos como el viento?
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