Asevera un dicho bastante soez que "en tiempos de guerra, cualquier agujero es trinchera". Luego no es de extrañar que el nombre de Erling Haaland lleve ya tiempo adoptado por buena parte del barcelonismo como un refugio a la desazón y un potencial catalizador de grandeza. Desde luego, el muchacho es joven, fortachón y se le caen los goles de los bolsillos. Que la mayoría de ellos lleguen en carrera franca a la espalda de la defensa rival no es detalle menor. Tampoco que sus problemas musculares lo hayan convertido en un jugador un tanto guadianesco. Pero la matemática del gol, tan esquiva para un Barça que buena parte de días ve la portería chiquita como una gatera desde la marcha de Messi, no sabe de astericos o notas al pie.
Por supuesto, el equilibrio de fuerzas con el eterno rival tiene mucha culpa de esa comezón que convierte al gigante noruego en objeto de devoción para el Barcelona. Como todo el mundo sabe, Mbappé lleva ya varios años cedido por el Madrid en el PSG y el tito Floren se dispone a recuperarlo para la causa este verano. Como el galope desbocado de los blancos parece, a priori, hábitat adecuado para que queme neumáticos y guantes de portero rival, se le augura tan lustroso futuro al bueno de Kylian que ayer el Bernabéu se permitió el lujo de aplaudirle antes de saber si el partido le saldría tortuga o rana. Y aún más: se barrunta el respetable azulgrana que también piensa el inventor de la Superliga en paliar la jubilación de Benzema (este sí es el mejor delantero del mundo, como demostró anoche) abotonando al propio Haaland la fantasmagórica camiseta blanca al término de la 2022-23 que viene.
Yo creo humildemente que el gran fichaje que ha desnivelado la balanza del duelo entre madridistas y azulgranas en los últimos años fue el de Luka Modric, pero no soy tan esnob del centrocampismo (y lo soy bastante) como para negar que juntar al par de bichos antes mencionados en la delantera blanca puede ser un buen quebradero de cabeza, no solo para los Araújo, Christensen y compañía, sino también para que Xavi trabaje en una dinámica positiva. Así que le veo lógica a que Laporta invite a Raiola a mariscadas, le cuente a Erling lo necesario sobre la noche barcelonesa y negocie bajo cuerda con todo tipo de entidades turbias para sacar pasta de debajo de las piedras.
Lo confieso: se la veo por vez primera. Porque el Barça puede tener buenos delanteros, pero cualquier culé sabe cuál es la esencia de este equipo: para ganar partidos y títulos debe merecerlo más que sus rivales. Por eso se aplaude el advenimiento de los Pedris, los Gavis y los Nicos, porque esos son quienes construirán la catapulta de fútbol sobre la que cualquier 'nueve', sea Haaland, Aubameyang, Ferran o Ansu Fati, colocará su andanada de goles apuntando hacia el marcador del Camp Nou. Ese caudal de fútbol ahora lleva agua, al contrario que hace unos meses, cuando se podía cruzar de lado a lado simplemente llevando unas katiuskas por debajo de la rodilla. Jugando así el equipo, sea lo del fichajón.
Pero también le digo, astuto lector, que como venga Haaland y no emboque al menos 5 chicharros en las 10 primeras jornadas, a ver qué hacemos con un armariote noruego que viene del segundo club más rico de Alemania, mundialmente conocido por no aceptar devoluciones. Si ha costado colocar a la ex estrella brasileña del Liverpool de vuelta en el empobrecido 'mercato' del fútbol actual, imagínense a un rubio de una selección intrascendente y sin más pedigrí que su puntería. Le digo más: si eligiera yo, al que fichaba era a Nico Williams. Que es como Dembélé, pero vasco y sabiendo jugar al fútbol. Un lujazo, vamos.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana