Ahora que masacra inocentes presidida por un megalómano ridículamente bajito (como casi todos, qué casualidad) y además aficionado nada menos que al ocultismo nazi, es fácil olvidar que Rusia ha sido muchas cosas a lo largo de la historia, pero sobre todo una cuna inigualable para casi todas las bellas artes. Por ejemplo, allí nació en el año 1938 un bebé que acabaría siendo el bailarín más grande de la historia: Rudolph Nureyev. Aunque el mejor alumno del maestro Alexander Pushkin no llegó al mundo exactamente en territorio ruso, puesto que lo hizo en lo que sería casi un no-lugar: un tren en movimiento que recorría el trayecto entre Siberia y Vladivostock. En cualquier caso, de su glorioso nervio y su majestuosidad sobre el escenario nos quedan la memoria, la capacidad para inspirar y, por supuesto, unos cuantos vídeos en Youtube donde solazarnos en su abrumadora exuberancia artística.
Algo parecido nos ocurre con Andrés Iniesta, a quien yo comparé en muchas ocasiones con el genio del Ballet Kirov por su arrojo, elegancia y ejecución. Minutos y minutos de metraje que registran su evolución como el mejor centrocampista ofensivo de la historia del Barça hacen justicia a su magisterio, el cual elevó los espíritus no solo del culé o del hincha identificado con La Roja española, sino también de cualquier aficionado capaz de sentir algo más que cerril antipatía por el rival. Hay muchos tipos de fútbol, sin duda, pero ¿cuál es mejor o araña más el corazón que ver a un muchachito enclenque bailar con la pelota hasta que nos damos cuenta de que su valentía y pericia tienen más fuerza que la ola de un tsunami? El 'Lago de los Cisnes' de Andresito nos transmitió la perplejidad del equilibrista, la potencia del trueno, la fragilidad de un alma herida por la tragedia y, en definitiva, la grandeza que solo está reservada a unos pocos genios.
Lo raro es que tan poco después de acostumbrarnos a su ausencia (¿pero quién ve la Liga japonesa?), de repente emerja en idéntico escenario otro talento capaz de conmovernos de una forma similar pero a la vez totalmente innovadora y sorprendente. Con la misma paleta de colores pero un pincel nunca antes usado. Tan improbable como que a los tres años de retirarse Nureyev hubiera debutado en el Bolshoi un moscovita llamado Julio Boccaski ha sido el advenimiento de Pedri en el primer equipo del Barcelona. Si con Ronald Koeman su sola presencia pueril en la media azulgrana ya era capaz de electrificar el ambiente, la carga electromagnética que su fútbol está alcanzando con Xavi de entrenador se mide ya por millares de teslas.
El prodigio canario no solo acomoda la gravedad del partido a la pelota, sino que nada escapa a su influencia: con un regate virguero, un pase tenso o un cambio de juego, robando la pelota y distribuyéndola, iniciando jugadas de gol y terminándolas, Pedri es una energía oscura que encapsula todo el espacio del universo conocido. Y sospechamos que se extiende todavía más allá. Quien no entiende que su juego no trata en absoluto de sumar hitos estadísticos sino de inventar otros nuevos es simplemente porque su mente no está preparada para asimilar ese tipo de comprensión. Es como si un langostino viera jugar a Iniesta con un ojo y bailar a Nureyev con el otro. Si usted tiene algo ligeramente más parecido a un cerebro de mamífero, prepárese para disfrutar a Pedri, astuto lector. Porque lo va a gozar, se lo aseguro.
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