Fue un parto difícil y no exento de cierta violencia obstétrica, pero al cierre del mercado invernal el Barça ha conseguido alumbrar un par de refuerzos para su línea ofensiva, hasta ahora deslavazada y poco productiva. Adama y Aubameyang son, obviamente, futbolistas de ocasión. El primero, un extremo hiperdesarrollado que abandonó La Masía justo en el año del último triplete azulgrana para ganarse el alpiste como correcaminos en la Premier. El segundo, un delantero veterano pero extraordinariamente móvil para su tamaño, capaz de remates tan precisos como acolchados con ambas piernas, cuya carrera se extravió poco a poco en un Arsenal huérfano de la elegante brújula de Arsène Wenger. Pero los dos comparten un gen futbolístico poco común en el ataque de este Barcelona: el ritmo.

Y justo de una alarmante falta de percusión adolece el equipo que Xavi pugna por ensamblar pero (aún) no puede. El nivel de exigencia física que una montaña rusa de bajas, recuperaciones y recaídas ha forzado en los pistones de una plantilla endeble ha sido el más proverbial palo en las ruedas de ese objetivo. Aunque algo sí se ha avanzado: el Barça ya no se muestra tan fuera de forma (no había partido con Koeman en que no se hundiera al llegar el 70'), aunque su cadencia sobre el campo todavía es espesa como la melaza, un puré pasado de harina que se adhiere a las piernas de sus jugadores y les impide competir en igualdad de condiciones contra rivales de músculo largo y reguetonero. Por eso hay tantos que le ganan sin necesidad de grandes alardes, solo manteniendo sin acalambrarse un redoble intenso y prolongado. O lo que es peor: no solo le ganan sino que lo eliminan.

El juego de posición exige entendederas, pero también ligereza de piernas. Bien lo sabe Xavi, porque no hubo partido en que no pasara de los 11 kilómetros recorridos cuando llevaba el estandarte del fútbol azulgrana sobre el césped. Lo que Aubameyang y Adama puedan aportar a un equipo que no solo necesita gol, sino también recuperar la capacidad de mezclar el equilibrio y el vértigo, pasará por su  desempeño en la conquista de espacios, la apertura de campo, la presión y el desborde encarando. Es decir, no solo en encontrar el gol sino también en desbrozar para otros compañeros los caminos hacia él.

Solo el tiempo implacable dirá si empastan la música del Barça o, por el contrario, la sincopan todavía más. Pero desde luego tienen las condiciones para ser el doble bombo que convierta el jazz apelmazado de este conjunto de escenario pequeño en un poderoso riff metalero que haga vibrar los estadios. El Barça necesita recuperar un repique que sea un mínimo signo de vida en sus constantes vitales.  Y de lograrlo, quién sabe... a lo mejor hasta un día el okupa Dembélé se anima a seguir el compás con el pie sobre el suelo del vestuario y... bueno, no, que se convirtiera en algo parecido a un futbolista creo que ya entraría dentro de la categoría de milagro.

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