La gala del Balón de Oro dejó para la historia, aparte de un indudable sentimiento de orgullo culé por la conquista de un triplete más, la melancolía dulce de un adiós cuya compleja química ha tardado en cristalizar. Pedri y Alexia Putellas dieron lustre al club azulgrana en el Teatro del Châtelet, pero el galardón que más pesa lo ganó Leo Messi, claro. Nadie puede culpar al madridismo por soñar con que Benzema, héroe del Nadaplete, diera la sorpresa. Sobre todo después de ver cómo Cristiano se llevaba uno a casa en 2013 por ganar un Teresa Herrera vestido de blanco. Pero, ay, amigos, esto ya no es una ONG, como cuando dejaban votar a Casillas. Se siente, puñeta.
Precisamente la carga de la séptima Pilota D'Or del mejor futbolista que han visto los tiempos era lo que más inquietud generaba al barcelonismo: ¿serían 7,2 rotundos kilogramos añadidos al lastre moral de haber enviado al exilio a su estrella más rutilante o un simple pisapapeles que acabaría relegado pronto a alguna repisa para no entorpecer la tarea de ordenar la salomónica columna de papelones 'pendientes'? Pasado el trance de encontrarse al ex en una fiesta y conversar sobre naderías, puede decirse que la culerada está ya muy avanzada en el duelo. Obviamente, la preocupación en el Barça de Xavi sigue siendo ese constante sostenella y no metella en la portería, pero aun así casi nunca aparece el nombre de Leo a la hora de buscar siquiera paralelismos o explicaciones. Messi, al Barça, ya le pesa poco.
Esa aceptación veloz de tamaña pérdida, pese a tener que ver mucho con la vertiginosa inercia de una crisis deportiva, en el fondo es buen síntoma. También ayuda, claro, que de momento la versión de Leo que se ha visto en el PSG haya sido bastante amable para con la saudade azulgrana: un jugador brillante pero lejos de su mejor nivel, a la deriva en un equipo preso de las individualidades y con un plan futbolístico más que discreto. Capaz de ganar partidos y quizá de campeonar a base de francotiroteo, no hay duda, pero tan lejos como de costumbre de ese anhelo de dominar el fútbol europeo que le viene algunas tallas grande a la entidad parisina por mucho que los jeques la vistan de seda.
Los cantos de sirena que acarician una vuelta de Messi a Barcelona tampoco tienen mucha pinta de medrar en esta Odisea blaugrana. En primer lugar, ni el próximo verano ni el que viene el hijo pródigo encajaría en la nómina del club salvo que viniera gratis o quizá pagando. Luego lo más seguro es que Messi, la empresa futbolística, ponga rumbo a EE.UU. tras su pequeña revolución francesa. Y en segundo, porque si yo fuera Xavi haría todo lo posible por que Leo no me pisara el césped recién fregao. Las jerarquías y los caminos del gol en el Barça viajan sin remedio hacia el futuro y no hay tiempo para mirar atrás. Tanto es así que la broma de hacer doblete Eurocopa-Juegos le puede costar a Pedri, 19 años recién cumplidos y flamante galardonado junto a Messi, encontrarse con el alta pero sin sitio como titular en un centro del campo copado por Gavi, Nico, De Jong, Busquets y Dembélé. Me sabría mal, pero hay algo que el Barça necesita por encima de todo: evolucionar. Cuanto más deprisa, mejor.
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