Hay un cuento de Neil Gaiman que le contaré a mi hijo pequeño dentro de poco llamado 'Un sueño de mil gatos'. Resulta que una gata muy anciana reúne a todos los mininos de la ciudad para contarles que ha ido a visitar al Rey de los Sueños y este le ha desvelado un gran secreto: hace no muchos años, el mundo no era tal y como lo conocemos ahora. Los humanos se conformaban con ser pequeñas mascotas hogareñas y eran los gatos quienes dominaban la creación. Trabajaban en La Caixa, conducían SUVs y veraneaban en Menorca. Pero un diminuto humano idealista, convencido del poder de los sueños, trató de persuadir a sus congéneres de que fueran a dormir cada noche intentando soñar con un mundo en que los gatos fueran las mascotas y ellos, los humanos, quienes dirigían el cotarro. Y tuvo éxito.
Resultó que una de esas noches, hasta un millar de humanos soñaron al mismo tiempo con lo que les había dicho el hombrecillo, y la fuerza de ese sueño fue tal que, a la mañana siguiente, el mundo era como lo habían imaginado aquellos mil desgraciados en fase REM. Así que ahora la anciana gata recorre el mundo implorando a los felinos que sueñen con devolver la realidad a su estado anterior. Y la familia dueña de un gatito que se queda dormido nada más volver de escuchar a la anciana lo observa con ternura, hecho un ovillo junto a la estufa, y se pregunta: "¿Qué soñará este canijo?". La moraleja está clara: los sueños dan forma al mundo, etcétera. Descuide usted, astuto lector: también le contaré a mi hijo que a veces tú sueñas mucho pero luego llega el Bayern y te mete ocho. Tampoco quiero que me salga un poco tolili, que diría aquel.
La cuestión es que el Barça de Xavi está mejorando su juego, subiendo su moral e incluso reenganchando a la afición. Pero hasta ahora el empuje de esa ilusión colectiva se encuentra con una realidad inmutable: soñar con marcar los 100 goles que firmaban pretéritas delanteras azulgranas no basta para que la portería rival sea perforada en esta gatuna y callejera realidad donde lesiones, enfermedades coronarias y quebrantos económicos han dejado al Barça no solo sin el mejor goleador de su historia, sino huérfano de casi cualquier efectivo capaz de embocar la pelotita.
Si se acuerda usted, los delanteros en el triplete de Guardiola eran Messi, Eto'o y Henry. Mientras que el triplete de Luis Enrique lo coronaron entre el propio Leo, Suárez y Neymar. Ambas ternas alcanzaron el centenar de goles en un solo curso. De hecho, la segunda de ellas lo superó ampliamente. Luego ya ven que elegir esa cifra tan redonda no es capricho sino estadística. ¿Quiere eso decir que Pedro, Rakitic, Iniesta o Piqué no marcaban también? Pues claro, pero pasar de un tridente formado por el mejor futbolista de la historia en cualquier parámetro incluido el goleador, un Pichichi de la Premier y un talento natural a una delantera con Memphis, un juvenil y Gavi (otro juvenil, pero al que ya hay que tratar con el debido respeto) es como salir de ver Blade Runner en un cine con pantalla gigante y ponerse Cortocircuito 2 en un móvil con el cristal rayado: imposible comparar una con otra, aunque las dos sean películas de ciencia ficción.
Hasta que Ansu se recupere, y teniendo en cuenta que no se puede contar con Kun ni Braithwaite ni con Luuk, un gato despeluchado cuyos días de soñar que era jugador del Barcelona han pasado a la historia, el equipo de Xavi se enfrenta ahora mismo a una de esas clásicas pesadillas en las que parece que uno está a punto de conseguir algo pero nunca lo logra: construye un ataque cada vez más cadencioso y dominante pero se ve incapaz de encontrar el camino para culminarlo. Eso sí, si el nivel general del equipo sigue subiendo, quizá con tan poca artillería no dé para seguir en Champions pero sí para enderezar el rumbo en Liga y que el barcelonismo, en general, duerma un poco más tranquilo.
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