Dani Alves siempre fue un futbolista muy difícil de explicar para quien no lo hubiera visto jugar alguna vez. Un flaco lateral que se volvió obeso en títulos. Un modesto brasileiro da rua convertido en milmillonario a base de los dividendos que le dieron sus continuas opas al área rival. Un pícaro gato de Cheshire con sonrisa refulgente, bigote fino y alma de ruiseñor.
Su incomparable capacidad de combustión convirtió al mejor Barcelona de la historia en un equipo diagonal e incontenible. Con Alves más que con ningún otro de los jugadores cuya rúbrica figura al pie de los dos tripletes azulgranas, incluido Messi, el ballet de un once liviano como una carta de amor a la pelota se convertía en bloco. Y el dulce vals de sus centrocampistas, en el estruendo de una batucada.
Durante ocho años fue así con una regularidad pasmosa. Incluso en lo más licencioso de sus últimas temporadas de azulgrana, en las cuales disputó casi tantos partidos contra sí mismo como contra los rivales que ya lo conocían de memoria. Especialmente para buscarle la espalda cuando sus subidas por la banda adolecían de una palmaria falta de vergüenza en el retorno. Pero no se puede juzgar ahora al diablo por desvergonzado, como no procede hablar de nieve cuando aún no ha acabado de descolgarse el otoño.
La frescura de Alves ha llegado, sí, pero lo hace en diferido. Recordemos que hasta enero, el único hombre capaz de caer simpático mientras se arroga los dorsales 6 y 8 en el Camp Nou tan solo podrá marcar el ritmo de los que bogan, pero no agarrar un remo. Ocho partidos oficiales y un amistoso contra Boca Juniors contemplarán al proyecto del legítimo propietario del número sis para cuando Dani pueda debutar, si es que las cachas de casi cuarentón se lo permiten. Porque el pobre Kun también venía para sumar y, en general, animar el cotarro y ya ve usted, astuto lector, qué drama.
En cualquier caso, al objeto de revivir este Barça gris y avasallado, Xavi Hernández necesitará mezclar la rectitud de sus ideas con un poco de ditirambo. No extraña que le pareciera adecuado recuperar al mejor brasileño de la historia azulgrana para utilizarlo como guerrillero pero también como juglar. Para, en palabras del poeta Benedetti, defender la alegría como una trinchera y un estandarte. Y me da que también para repartir alguna colleja que otra entre esos veteranos que eran jovenzuelos cuando entre Alves, Xavi, Puyol y solamente uno o dos más dirigían el cotarro.
Reclutar para su guerrilla a todos los clanes del vestuario, reconstruir el orgullo de vestir la blaugrana y devolver el colmillo a un grupo resignado a perder serán las misiones más importante del futbolista que más trofeos ha ganado en la historia y el hombre vivo que más enfureció a Mourinho. Si lo logra aunque sea a medias quede tranquilo, astuto lector, que alguien bajará encantado a tapar su banda. Yo mismo.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana