Si el Barça actual fuera un grupo de rock, sería probablemente los Dire Straits. No solo por tener menos flujo de caja que una tienda de CDs, que también. Sino porque su fútbol se apoya en un ritmo bastante machacón, su energía depende en exceso de sus solistas y muy a menudo se hunde repentinamente en las profundidades del blues como si alguien hubiera sustituido a su batería por una máquina de humo.
Casi todas las grandes bandas de finales de los años 70 fueron un tanto experimentales y adustas, más preocupadas por el virtuosismo que por la transmisión espasmódica de emociones. Acorde con ese espíritu, Koeman sigue defendiendo, como también hicieron en algún momento de sus carreras Mark Knopfler o Sting, que el grupo bajo sus órdenes no es un vehículo adecuado para sus canciones. Por alguna razón, no se cansa de rebajar las expectativas en un club tan necesitado de autoestima como de capitalización, ni de combinar el "creo que hemos jugado un buen partido" con el "creo que hay margen de mejora", un estribillo tan pegajoso como contradictorio. Cosas del inventor del tiqui-taqui.
De momento, pese a que la mayoría de medios tenían (teníamos) la noticia de su destitución ya redactada y con foto metida, a la espera del momento en que Laporta colocara a su cruyffista de cabecera en la abultadísima columna de números rojos de la entidad, el Barça ha saldado los dos primeros compromisos de esta semana de la verdad con sendas victorias. Pero esa verdad no solo está en los resultados, como el sabor no está solo en la lengua sino sobre todo en el cerebro. Y no conviene obviar que el Barça ha solventado los dos partidos antes del Clásico con la misma miseria ya habitual esta temporada, que cristalizó esta vez en una remontada casquivana (hay que ver con cuánta frecuencia el Barça empieza perdiendo) ante el Valencia y un planteamiento unidimensional y necesitado de rectificación contra un Dinamo de Kiev tan poco ambicioso como difícil de doblegar para un Barcelona de lo más vulgar.
Incluso en las victorias, el conjunto azulgrana continúa demostrando carencias evidentes tanto en el terreno táctico como en su desempeño físico. Y es difícil saber dónde terminan unas y empiezan las otras, porque Koeman ha conseguido que su equipo nunca parezca en buena forma para lo que intenta sobre el campo. No se sabe si es porque sus jugadores no dan el tono para lo que dispone su técnico o porque lo que este dispone es un sinsentido con los jugadores que hay. Si usted, astuto lector, ve los partidos que esos mismos futbolistas juegan en sus selecciones, quizá se incline más por la segunda opción. Pero eso da igual, porque de momento el bueno de Ronald disfruta del mismo privilegio que el resto de entrenadores, incluso los menos eficientes y empáticos: las victorias le dan la razón. No se le puede discutir justo en la semana en que logra, al fin, ganar para su club los 2,8 milloncejos que paga una victoria en la Champions. Aunque haya sido sin jugar un pimiento. Money for nothing and chicks for free.
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