Ya saben, lo que jugó España frente a Italia. Y también contra Francia, aunque el resultado en la final de la Liga de Naciones fuera una derrota panzuda y sardónica. Con todos los condicionantes o asteriscos que se quieran, del mismo Barça que no hace tanto se miraba el uniforme sin ruborizarse no se puede esperar más pero tampoco menos. Este equipo necesita hacer un buen partido como el comer, y tiene que ser el domingo ante el Valencia. De lo contrario la due diligence, los planes para el Espai, los compromisos de los compromisarios, las disquisiciones sobre las pérdidas reales del club, las esperanzas de que Umtiti se largue, las renovaciones que Laporta ya ha anunciado que progresan adecuadamente (ay, mamá, qué yuyu)... serán todas un papel mojado al fondo de una papelera polvorienta en una oficina abandonada. Como decía aquel, es lo ingrato del fútbol.
Y hay que ganar, claro, de eso se trata. Pero da la sensación de que el Barcelona no moverá más que unos pocos centímetros la losa que lo sepulta si, de llegar a producirse, dicha victoria no viene acompañada de una propuesta futbolística debidamente identificable. Y eso no depende de jugar con un 4-3-3 o con un 3-5-2 o con el bloqueo de UCLA. Porque usted sabe, astuto lector, que lo visto en la selección durante la final four de marras ha apilado un par de bloques de hormigón sobre la tapa del sarcófago azulgrana. Luis Enrique fue capaz de disponer lo que Koeman ha extraviado, y además lo hizo con un grupo de jugadores que no es sensiblemente mejor al que Tintín dirige casi todas las mañanas en Sant Joan Despí. Un poco más vigoroso quizá sí. Pero mucho más trabajado desde luego que no. Luego lo que urge no es solo exhumar la tumba cuanto antes, sino demostrar que bajo la lápida queda algo de vida y no solo momia.
Allá la culerada si se aviene a permanecer embalsamada por discursos fatuos sobre errores puntuales, falta de recursos, bajas imprevistas y pobreza sobrevenida. Pero lo que se intuye es que una mayoría sospecha que Koeman habla de todo menos de por qué el equipo no junta líneas, pega 10 pases seguidos y demuestra un cierto sentido del ritmo. Dice el inventor del tiki-taki que esa astenia otoñal de su Barcelona se debe a la falta de profundidad por las bandas que pueden aportar Dembélé y no se sabe quién más. Pero si se puede dibujar algo parecido a un Barça dominador con Sarabia y Oyarzabal, y sin necesidad de marcar al hombre en el mediocampo, a lo mejor es que cierto rubio malencarado se está pasando ya un poco de guitarreo con su milonga.
Lo bueno es que pronto saldremos de dudas. Y lo malo. Porque no se engañe: en base a lo visto hasta ahora, incluso revelándose usted paciente como el santo Job y benévolo como Teresa de Calcuta, con El Mosquito de Normandía y El Kun en el once, los internacionales plenamente recuperados y el Camp Nou al 100% de su capacidad, la hierba cortita y recién regada y ni mucho frío ni mucho calor a la hora de los partidos, uno de los resultados más probables de la larga semana de competición que aguarda el Barça es un triplete de lacerantes descalabros. Hasta en el peor de los casos, eso sí, puede haber una nota positiva: si palmando tres partidos seguidos de local no se termina de caer el estadio a pedazos, igual es que de hecho no hay tanta prisa por remodelarlo. Aparte de que la satrapía de Koeman muy probablemente fenezca y el culé tenga al menos una posibilidad de dejar de vivir, como cantaba Gardel, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que llora otra vez.
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