El Bayern, un equipo vivaz, lustroso, de músculo largo y mente colmena, visitó el Camp Nou en el estreno del Barça en Champions. Y pasó lo que tenía que pasar. Ni siquiera puede refugiarse el aficionado azulgrana en que a su equipo le cayeron cinco goles menos que la última vez y encima sin Messi ni Luis Suárez, porque Upamecano, otro de esos centrales para 10 años a los que el Barcelona ha sido incapaz de fichar, lo dejó todo lo claro que pudo en sus declaraciones tras el encuentro: "Respetamos al Barça y ellos también nos respetan. Ha sido un buen partido". Vamos, que sin respeto de por medio lo mismo le cae a Ter Stegen otra media docena.
Acaba de empezar la temporada pero el Barcelona parece aproximarse a un punto de ruptura. Irónicamente, ha sido en el primer tramo de una diáspora envuelta en resignada humildad cuando ha acabado de luxarse un chicle que ya parecía transparente de tanto estirarlo para cargar con repetidas humillaciones europeas, gatillazos en los campeonatos domésticos, guerras intestinas, devaluación, despilfarro y hasta presunta delincuencia. Todo lo expuesto fue el combustible de un incendio histórico. Pero abrir la puerta para ver qué habia al otro lado ha sido lo que, en último término, ha provocado la deflagración.
Vencido y roto su equipo, Koeman se defendió esgrimiendo bajas por lesión, quebrantos incognoscibles y margen de mejora. Al día siguiente salió Laporta a pedir calma, asegurando que palmar de nuevo contra un equipo de élite era uno de los "escenarios" que contemplaban. Como si la derrota contra el Bayern fuera poco más que una obviedad, y de hecho así la trataron en la previa casi todos los medios. Pero como decían en The Matrix y plagiaron todos los coaches de chichinabo del mundo, “no es lo mismo conocer el camino que andar el camino”. Cuando se ha visto ultrajado e indefenso, sin dominio del partido pese a alinear a sus mejores centrocampistas, sin el embrujo criollo de Depay ni la determinación de De Jong (el bueno) ni la omnipresencia de Pedri, sin identidad ni por el centro ni por las bandas, sin firmar un solo tiro a puerta frente a un rival que ataca bastante mejor que defiende... el barcelonista ha visto descarrilar la poca moral que atesoraba. Y ha empezado a preguntarse si no es esto intolerable.
Tiene sentido dentro de la cosmovisión blaugrana: mientras en otros clubes grandes se repiten mantras e incluso viles patrañas y se señala al enemigo externo para reforzar el orgullo tras cada derrota, la culerada suele mostrarse agria y funesta cuando vienen mal dadas. El gran problema es que este Barça parece ahora continuamente avasallado por la cruda realidad, esa misma que antes la sola presencia de Messi convertía demasiado a menudo en una frágil esperanza. Y eso es aún más difícil de gestionar, porque estos días los discursos optimistas llegan sin pasteurizar y se cortan a los pocos días. Así es imposible alimentar nada. El único suplemento vitamínico para acabar con esta anemia azulgrana es, como decía Fernando Savater, la juventud. Y quizá ganar tres partidos de Liga seguidos, pero eso ya se verá si sucede.
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