Sabemos que Messi abandona definitivamente el Barça por dinero, aunque es imposible saber de cuánto estamos hablando. Nada nuevo en un deporte cuyas auténticas cifras y tejemanejes solamente se pueden intuir a través de Football Leaks y los audios de Florentino. Leo señaló en su desgarrador adiós que la única solicitud por parte del Barça para firmarle un nuevo contrato este verano fue que se bajara el sueldo un 50%. Cosa que aceptó. Y que después no le pidieron "nada más" antes de darle por perdido aduciendo una serie de razones que, obviamente, Messi puede repetir en público pero no comprende. Para eso tiene quien vele por sus intereses. Lo malo es que son los mismos que entendieron que velar por sus intereses significaba defraudar a Hacienda, pero no mezclemos delitos con merinas.
Si damos por buena la versión de Lionel, resulta de todo punto injusto señalar que el mejor futbolista que han visto los tiempos se ha conducido de manera codiciosa en el ocaso de su carrera en la élite. Pero también sucede que todas las explicaciones sobre el caso se reducen a lugares comunes a poco que una tímida uña rasca la superficie. Capítulo aparte merece la meliflua actuación de la prensa en las dos ruedas de ídem protagonizadas por Laporta y el Diez de Dieces en este largo fin de semana de vía crucis azulgrana. Las preguntas recibidas por parte de ambos comparecientes fueron, en su mayoría, juegos florales. En la de Leo ayer, de hecho, a alguno solo le faltó aprovechar su turno para acercarse a que el astro le autografiara una foto de ellos dos, juntos en algún canutazo.
Así las cosas, los escasos y heroicos intentos de racionalizar el asunto a menudo caen en manos de pisaverdes que con frecuencia revisitan un error grueso: confundir a LaLiga y la UEFA con el Congreso de los Diputados o el Parlamento Europeo. Es decir, con instituciones capaces de generar normas con rango de ley, las cuales se imponen a otras normas que de hecho sí son leyes. Uno que se dio cuenta de que eso ni era así ni había por qué consentirlo fue un desconocido futbolista belga llamado Jean-Marc Bosman. Y cambió el fútbol para siempre. Seguramente a peor, pero el hecho es que lo cambió.
El final de la historia de Messi en el Barça ha sido patético en el sentido clásico de la palabra: se ha andado mucho para no conseguir nada. La ironía es que tanto el club azulgrana como su exestrella podían haber llevado todo al menos un poco más lejos. Pero en este fútbol nuestro de cada día ya se ve lo que hay: a la hora de la verdad, nadie quiere líos. Por eso Laporta no planea exigir a la Junta anterior la responsabilidad que en teoría garantizaron con sus avales, pese a los resultados de la famosa auditoría. De hecho, se ha mostrado sospechosamente dócil a la hora de liquidar la negociación que fue el estandarte de su campaña: seducir a Messi para que se quedara. Tampoco Floper ha podido convencer a los clubes de la élite europea para montar esa competición paralela que ha de "salvar el fútbol". Ni al propio Leo le ha servido ser canterano, amado incondicionalmente por los aficionados culés, icono absoluto del Fútbol Club Barcelona y el mejor futbolista de la historia -QUE SE DICE PRONTO- para controlar su destino.
Al final, todos los sinuosos meandros de este culebrón de culebrones se reducen a una sola verdad que cada vez parece más incontestable: el fútbol es un deporte donde juegan once contra once y al final siempre gana el emir de Qatar. Y eso, como negocio no sé, pero como deporte no hay por dónde cogerlo.
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