Anda el bueno de Ronald Koeman utilizando la pretemporada para lo que se inventó: probaturas y gazapos. En ese sentido, refresca la sencillez de un stage 'noventero' por Centroeuropa como el actual si lo comparamos con las muy rentables pero fatuas giras chinas o Audi Cups de los años locos, trufadas de cláusulas para obligar a las estrellas a jugar demasiados minutos en Superligas de baratillo. Ahora que los resultados a principios de agosto vuelven a dar igual porque lo importante es ver si hay manera de encajar a un mediapunta en el once sin descoser todo lo demás, el Barça retorna a cierto estado natural de las cosas.

Sobre el papel de La Masía en el equipo de este año me reservo la opinión aún más que de costumbre. Porque hay en el club azulgrana y en el fútbol de élite en general un cierto sentido de emergencia que casa mal con las apuestas a fondo perdido. Si de normal ya me suelo fiar bastante de que cuando un canterano no llega es casi seguro porque no tenía que llegar, en la tesitura actual opino que los debates sobre la cesión de Collado, la fuga de un juvenil desdeñado o incluso la terquedad de Ilaix son, en suma, bizantinos. Koeman tiene cuestiones mucho más perentorias que resolver, y todas se refieren a una gigantesca constelación de futbolistas que corre el riesgo de convertirse en una nebulosa innavegable.

Si, como todo parece indicar, Messi vuelve al redil a tiempo para el Gamper y el laissez faire de LaLiga lubrica las inscripciones de los nuevos fichajes culés, el Barça se encontrará a una semana de empezar la competición doméstica con porteros a mansalva, defensas para aburrir, centrocampistas de todos los pelajes y recorridos, mediapuntas a tutiplén, carrileros auténticos, falsos, zurdos, diestros y ambidiestros, y una pléyade de delanteros de distintas edades y aerodinámicas. Todo ello coronado con el todavía mejor futbolista del mundo y por siempre de la historia. La mayoría de los jugadores de la plantilla azulgrana tienen un perfil estelar, pero irónicamente la mayoría de ellos también carece de mercado, lo cual complica excepcionalmente su gestión como grupo. 

Koeman está rodeado de cuerpos celestes, sitiado por una plantilla que nunca encajará en pizarra alguna salvo que empiece a soltar el lastre que no ha podido liberar hasta ahora y concentre sus decenas de haces de luz en un solo rayo láser. No porque los peloteros de calidad estorben en una plantilla, sino porque este Barça corre el riesgo de convertirse en un equipo sin modelo ni jerarquías. Con jugadores de perfiles demasiado variopintos y a la vez apalancado en exceso sobre un número muy abultado de futbolistas que esperan titularidades, minutos y consideración acorde a sus salarios, o su condición, o su pasado, o su varonil apostura. ¿Quién se queda en el banquillo? ¿Griezmann, Depay, Agüero, Coutinho, Braithwaite o Fati cuando regrese? A excepción del danés, todos los demás se sienten titulares junto al único que será titular seguro. ¡Si hasta Umtiti está decepcionado por no jugar después de afinar las ternillas en el gimnasio! 

Incluso solventado el agujero negro de los salarios, el Barça tiene un problema de espacio. Profundo.

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