Puede usted quedarse tranquilo, astuto lector: las aguas de la Superliga ya están calmadas y el presunto equilibrio en el fútbol ha sido restablecido por la infatigable solidaridad de la UEFA. El martes, sin ir más lejos, los árbitros del VAR en Valdebebas andaban recogiendo juguetes para los niños pobres aficionados a los clubes más modestos de Europa mientras Carvajal tiraba al suelo a Chilwell dándole un empujón dentro del área sin mirar siquiera el balón. Pero no perdamos de vista la res magna: la culerada puede alegrarse de que esta cura de humildad al fútbol haya devuelto lustre a LaLiga, un título al cual ahora el Barcelona sí que aspira de verdad de la buena.
Era difícil imaginar que Ronald Koeman se iba a ver con opciones reales de ganar un doblete al poco de comenzar el mes de mayo de 2021, año I de la vacuna. Seguramente seguirán intactas incluso si hay pinchazo hoy contra el Granada, vista la discutible fiabilidad de todos los aspirantes. Incluido, por supuesto, el Sevilla. Tras muchos meses de masticar con dificultad una plantilla deslavazada y raquítica de motivación, y pese a ser incapaz de ganar ni un solo partido grande excepto la final de Copa del Rey, Koeman ha convertido el sistema con tres centrales que asomó la patita un 22 de diciembre en Valladolid en un lobo estepario devorador de rivales. No a todos los ha derrotado, pero a todos los ha dominado durante amplias etapas de los partidos y les ha metido en el cuerpo el pánico a sufrir una dentellada.
Esa es, sin duda, una de las principales obligaciones exigibles un técnico de un equipo en la S̶u̶p̶e̶r̶l̶i̶g̶a̶ élite del fútbol. Pero no la única. Conviene, por ejemplo que sea capaz de fabricar onces con los jugadores más aptos, sin importar la mezcla de veteranos con jóvenes, don nadies con fichajes de 60 kilos para arriba o dorsales más acá o más allá del 25. En eso, el rubio entrenador azulgrana ha demostrado que no se casa con nadie, hasta el punto de que Griezmann lo mismo ha calentado banqueta en los dos Clásicos contra el Madrid como ha servido para abrir la lata en la final de La Cartuja o le ha enhebrado un par de golazos al Villarreal en la salida más cruda del final de temporada.
Si, al mismo tiempo que une los puntos saltándose a ese injustificado multimillonario o a este favorito de la grada, consigue que además un porcentaje de sus jugadores rinda por encima del nivel esperado, se puede decir que cumple con nota en la gestión del conjunto. Y debe reconocerse que así ha sucedido, por ejemplo, con el bisoño pero templado Mingueza, con los fenomenales Pedri y Ansu Fati (antes de su malhadada lesión) y, en menor medida, incluso con Braithwaite, autor de 2 goles en siete partidos de Copa y otros 3 en seis partidos de Champions.
La guinda de ese currículo estaría en reservar unos buenos planes 'B' y 'C' para cuando el 'A' sufra las inclemencias de un golpe de mala suerte, una tromba de agua o un portero parando hasta el tráfico en la Ronda de Dalt. Pero ahí es, precisamente, donde más ha fallado el bueno de Tintín. A fuerza de pulir con paciencia un pedrusco rasposo y desagradecido ha logrado armar un buen Barça para tiempos de business as usual, pero sus estados de alarma dejan mucho que desear. Ahí a menudo peca de regalar el control de los partidos en momentos inoportunos, de sumar delanteros en lugar de centrocampistas y de plantear correcalles contra equipos más rápidos y frescos. Y eso no lo han cambiado el 3-5-2 ni la Copa con lacitos azulgranas. Precisamente por eso, Ronie sin duda se ha ganado ser el 'Plan A' de Laporta... pero tampoco puede extrañarle si el nuevo y flamante president anda buscando en el mercado algún 'Plan B' para el banquillo.
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