Los conocemos todos: son esos futbolistas de unos centímetros más de medio pelo a los que directivos y secretarios técnicos se refieren como "fichajes de rendimiento inmediato". En algún momento fueron estrellas o aspirantes a cracks, pero se jodieron un tobillo o malgastaron su oportunidad en el Chelsea y ahora huelen a zapatos de outlet, tienen pinta de televisor de hace dos años y saben a jamón de oferta. Te solazan el ansia de consumir, sí, pero la realidad es que son medio número más pequeños de lo que necesitas, no te envuelve su HD la primera vez que los enciendes y te obligan a morder el bocadillo más fuerte que de costumbre.
Acaban contrato este año o el que viene y los 27 ya no los cumplen. La mayoría, ni siquiera los 30. Pero suelen ser internacionales y polivalentes. Vamos, que son baratos y no se sabe muy bien dónde jugarían en el Barça. Aunque una vez hace años te los fichaste en el Pro y crees recordar que de mediapuntas suplentes, ni tan mal.
El Fútbol Club Barcelona está necesitado de rendimiento inmediato, de eso no hay duda. Solo el advenimiento del sistema con tres centrales y la renuncia absoluta al delantero centro han conseguido que un equipo deslavazado y tembloroso vuelva a juntarse alrededor del mediocampo como un grupo de boy scouts en torno a una hoguera. Y es posible que alguno de los nombres que se están poniendo encima de la mesa para el mercado del hambre que se avecina pueda enseñarles algunas canciones nuevas a un coste razonable. Pero chirría que el Barça, uno de los clubes más exigentes del mundo para fichar, se vea obligado ahora a comprar en bulk.
Según el credo futbolístico azulgrana, los porteros tienen que tocarla como Beckenbauer, los centrales haber sido delanteros de alevín a juvenil, los centrocampistas venir de dos años en La Masía, otros dos en el Ajax y dos más en los Harlem Globetrotters, y los delanteros han de meter 30 goles y a la vez dárselas todas a Messi sin ponerle una mala cara. Pero luego no siempre llegan los rostros nuevos a tan ideales facciones, claro. Y el dinero es una de las claves: a mayor despilfarro en fichajazos que no pitan, menos recursos hay después para enmendarlos. Normal que si el Barça se ha enfrentado al cisne negro de la maldita pandemia justo después de encadenar unos cuantos fiascos cienmillonarios, pasen ahora a la primera línea del mercato las "peticiones expresas de los técnicos", una jauría humana que va desde Chigrinski hasta Murillo pasando por Mathieu, por hablar solo de la defensa y de jugadores que ya no están en la plantilla.
Quizá la mejor solución no sea ir a por Agüero ni a por Depay, ni tampoco a por Haaland, sino hacer alguna venta de postín (un potencial traspaso de Dembélé sería interesante) y reflotar la tesorería del club. Tapar las vías de agua del barco en lugar de comprar una barbacoa nueva para la cubierta mientras en los camarotes hay metidos ya medio metro de mar y un banco de sardinas. Ampliar y mejorar a Pedri (y de paso, terminar de pagarlo), retener a Ilaix, cerrar la renovación de Araújo... Pero Laporta necesita mantener viva la llama de la ilusión y es comprensible. Ojalá lo consiga, pero como dijo el poeta Ovidio, lo más natural para un hombre pobre es contar una y otra vez su rebaño.
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