Que el Barça ya no tenía la fuerza de antes era en los últimos meses, además de una evidencia, el resultado de una fórmula elemental de la física. El equipo azulgrana seguía exhibiendo una elevada masa (salarial), lo que en la práctica casi siempre se traduce en una colección de peloteros de valor demostrado. Pero había perdido esa aceleración que a menudo le llevaba del dominio a la autoridad. Para el Barça, ganar no es una cuestión de equilibrio sino de desequilibrio, pero ese aforismo no lo entiende cualquier entrenador, ni mucho menos sabe aplicarlo. Hay que darle un gran mérito a Koeman por haber llegado, aunque sea a través del método de la prueba y el error, a una solución innovadora para implementarlo.
Una lástima que esa aproximación heurística del técnico holandés al fútbol azulgrana no diera con una solución efectiva ya en la ida de los octavos contra el PSG. Pero ahora mismo para el Barça tener opciones reales de terminar la temporada con un doblete parece más cosa de magia que de ciencia. Poco menos que ese hálito de hechizo tiene sin duda el revival de los tres centrales, una sinfonía compuesta por Cruyff que Serra Ferrer degeneró en charanga y la cual Koeman ha recompuesto desde la humildad de reconocerse inferior al rival demasiado a menudo: si los centrocampistas del Barça no mandan, debe dárseles toda la superioridad sobre el campo que sea posible, tanto posicional como numérica.
Hay muchas cosas en el Barça que han mejorado con el cambio de sistema pero, sobre todo, cuando Koeman optó por los tres centrales encontró a Busquets. Ese que decide la velocidad del equipo con un solo toque, recupera el balón segundos después de una pérdida y controla los espacios con mirarlos. El epítome del centrocampista rocoso que reparte fútbol como un croupier. Y, naturalmente, con él halló muchas más soluciones de las que imaginaba.
La cuadratura de ese particular círculo táctico es colocar a De Jong a jugar de 'cuatro' sin necesidad de prescindir de Sergio. Eso, desde mi punto de vista, alcanza la categoría de genialidad. Primero, porque no era una decisión fácil. Como interior con llegada al área desde la segunda línea, Frenkie se había destapado como una de las bazas goleadoras de un equipo atribulado en ataque. Pero eso era un síntoma de grandeza del jugador tanto como lo era de la mediocridad del conjunto. Y segundo, porque encadenar a un futbolista de largo recorrido como el holandés a la cuerda de Lenglet y Mingueza tenía un tufo a parche, a medida desesperada de un entrenador maldito.
Sin embargo, con el rubio Skywalker neerlandés manchándose la cara de hollín y el maestro jedi de Badía volviendo a circular balones solo con el empuje etéreo de su voluntad, el Barça ha recuperado la Fuerza y, de paso, la otra fuente de poder más grande del universo blaugrana: la sonrisa de Lionel Andrés Messi. Quizá incluso consiga campeonar. Porque para ganar títulos, el Barça necesita jugar bien. Y ahora lo hace como si volviera a creerse de nuevo el mejor equipo.
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