No merece la pena detenerse mucho en la eliminación del Barça ayer en la Champions. El equipo azulgrana se limpió el barro de la goleada que un PSG vibrante le había infligido en el Camp Nou y se apeó de la competición europea en París con la barbilla alta. Opuso un fútbol bullicioso pero impreciso y con demasiados asteriscos. De ahí el empate final y la eliminatoria saldada sin victoria alguna. Y aun así, fabricó ocasiones de gol y promesas de entereza para la final de Copa y lo que queda de Liga. Lo cual, visto lo visto en los últimos meses, solaza el alma del aficionado azulgrana.
Sin embargo, el mayor consuelo barcelonista a día de hoy sigue siendo mirar a un horizonte más lejano. Con una sensación agridulce, puesto que sigue enmarcando en él a Messi cuando el inexorable paso de los años lo hará imposible. Tanto da que Leo se tatúe la cara de Laporta junto a las manitas de su Thiago: ningún sueño dura para siempre. Pero, incluso desde esa suerte de ilusorio realismo mágico, el culé también se siente más seguro para asomarse al mañana cuando nota en su bolsillo las pruebas que Koeman le ha dado de que los futbolistas más jóvenes pueden madurar muy rápido si se les dan condiciones adecuadas y de que La Masía es algo más que un cajero automático. Efectivamente, Ronald habría fichado más si hubiera podido, pero eso no quiere decir que su trayectoria como impulsor de varios peloteros ilusionantes no tenga el mismo valor.
Un jugador al que solo se puede calificar como asombroso ha sido factor determinante para ello. De Pedri González ya sabía Koeman que era "el mejor talento joven de España", pero de ahí a consolidarlo como titular indiscutible en un equipo con serios problemas para colocar sobre el campo a más de 350 millones en fichajes va un trecho largo. En realidad, la mayor parte del mérito lo tiene el chico, cuyo fútbol es francamente irresistible. Mueve al equipo con musical pureza, aparece siempre en el lugar adecuado sin esfuerzo aparente y limpia rivales con pasos tan suaves que parecen pinceladas. Y aun más: mientras otros levantan los brazos para convencer al árbitro de pitar una falta, él agacha la cabeza y el centro de gravedad para recuperar una bola tras otra.
Esa magnífica prestancia defensiva, tan impropia de su cuerpecito, es la razón por la que no solo la sombra de Iniesta se pega a sus botas como melaza, sino que además sublima las virtudes del genio manchego en algo desconocido y arrebatador. Esa fuerza ha abierto las puertas de un Barça en crisis a aquellos que en otros tiempos no podían aspirar a cruzarlas por culpa de su carné de identidad. Porque no solo se trata de Pedri, sino de Araújo, De Jong, Mingueza, Puig, De la Fuente, Trincao, quizá Collado... y, sobre todo, de otro joven que emociona precisamente por su condición de entelequia: Ilaix Moriba es la personificación de ese viejo sueño de enganchar a la sala de máquinas del Barça a un centrocampista box-to-box.
'Pogbita' es uno de esos futbolistas que conectan África y Europa en un espectacular vuelo migratorio. Un cuerpo hecho de músculos y tendones casi metálicos que se mueve con la graciosa cadencia de una bandada de pájaros. El balón es su juguete, como durante muchos años lo fueron los juveniles del Madrid. Y Busquets, el hombre que puede enseñarle a dominar cada zona del campo llevando la cuenta de los jugadores que la ocupan y detectando los espacios de mayor influencia. El resto se lo darán los minutos y el conocimiento carnal con los rivales de élite.
Si entre los dos, Pedri e Ilaix, no conjugan junto a Ansu Fati el futuro perfecto del Barça (en el cual obviamente no estará Lenglet), dudo que ningún académico de la Lengua o delantero noruego pueda.
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