Apenas 15 días después de que la marmota Phil pronosticara seis semanas más de invierno, el Barça se dio otro batacazo en la Champions. Como Bill Murray en la película que gira alrededor de ese delirante ritual de Pensilvania, los azulgranas parecen condenados a revivir una y otra vez el mismo ciclo perverso: goleada al Alavés y debacle europea.
Dejando a un lado que ya parece imposible que el Barcelona caiga eliminado (o casi) de la Champions con un resultado normal, un 2-1 o algo así, lo más duro de asimilar es que, al contrario que Bill Murray, que aprendía a tocar el piano, a apreciar a las personas y, en general, a no ser un gilipollas durante su ordalía, el equipo azulgrana no aprende nada de nada. El PSG, con las bajas de Neymar y Di María, segundo en la Liga francesa tras el Lille y con un entrenador que lleva mes y medio en el banquillo, atropelló al Barça sin más esfuerzo que el de permanecer estrecho, agazapado y con las piernas activas. Dos centrocampistas con criterio y un delantero potente hicieron el resto.
En el lado azulgrana parece ya imposible encontrar a un solo futbolista completo, sobre cuyo desempeño el equipo se vea capaz plantar cara a un rival de la mínima entidad: al que tiene cabeza le fallan irremediablemente las piernas, y viceversa. El resultado de la mezcla de unos y otros resulta patético en encuentros de este nivel. Piqué pidiendo a gritos posesiones largas y De Jong conduciendo entre un bosque de atletas franceses sin nadie a la vista a quien pasarle el balón. Busquets aguantando la bola para que le hincharan los tobillos a patadas y Pedri soltándola rápido para generar ventajas que nunca aparecían. Es imposible saber en qué consistía el plan de Koeman, más allá de Messi y Jordi Alba enviándose diagonales sin importarles que un futbolista rival estuviera casi siempre en medio para cortarlas y recordarles lo intrancesdentes que son ambos ya en partidos de élite.
El apabullado Frenkie, pobre, se consolaba pensando en voz alta que quizá el 2-0 del Sevilla todavía tiene arreglo. Y, de paso, olvidando que a su equipo le mete un gol literalmente cualquiera. Incluso el Alavés. O sea, que muy probablemente para llegar a la final de Copa tenga que meter al menos cuatro en la vuelta. ¿Es posible? Sí, pero en el fútbol lo probable ocurre más a menudo. Y ahora mismo la marmota, bichejo agorero, pronostica que el Barça cerrará una temporada sin títulos antes de que acabe marzo. Otro invierno de nuestro descontento.
Abríguese usted lo que pueda, astuto lector, para cuando lleguen los partidos de vuelta.
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