No creer en Pedri es ahora mismo para el barcelonismo como no creer en la vacuna del coronavirus: no se lo puede permitir. En cuatro días que han devuelto a los culés el aliento en una Liga asfixiante, los rasgos más prometedores de un equipo que hasta ahora era una pesadilla táctica han sido sobre todo tres: el acomodo en las bandas de Braithwaite y Griezmann a pierna cambiada, escoltando a Messi; el escalonamiento hacia arriba de De Jong, el cual casi lo convierte en el mismo jugador de largo recorrido que era en el Ajax aunque ahora corra a menudo en sentido inverso, y la confirmación de un muchacho apellidado González López (cómo no iba a ser modesto) como titular necesario por delante de Coutinho.
Las diferencias entre el canario y el brasileño no solo tienen que ver con el salario. También importa el cómo perciben que han de ganarse ese sueldo en base a su linaje. Philippe, pese a su funesto peregrinar desde que abandonó el Liverpool, sigue teniendo el prurito de las estrellas: quiere que cada toque sea diferencial. Por tanto, cada pelota le llega con sobrepeso, y siempre se le nota mal colocado. No porque lo esté sino, sobre todo, porque pareciera que él piensa constantemente que lo está.
Mientras, Pedri trota libre por el campo, como si no llevara botas de marca. Es un cervatillo al que no le preocupa nada más que la felicidad del balón y, por extensión, la de sus compañeros. Como De Jong y como Griezmann, además tiene piernas y voluntad para obligar al rival a que piense más rápido de lo que le convendría cuando está en posesión del balón en su propio campo.
Frente a la repentina visibilidad de Messi, cuya negativa a perseguir cualquier bola perdida ha pasado de ser un gesto de grandeza a un ademán insufrible (le pasa por mandar burofaxes), el chiquillo tinerfeño ofrece derroches de coraje como la persecución de ayer a Isak para evitar el empate de la Real.
Pedri acabó con su cadera estrellada contra el poste, pero saló ileso. La fe es mucho más dura que el aluminio. Koeman lo sabe, y por eso ya le colocó de titular en varios partidos grandes, aunque a menudo prefirió sacrificarlo en banda antes que trastornar las jerarquías. Con el panorama de lesiones y resultados, el técnico holandés es el primero que sabe que su cuello luce menos apetecible para la guillotina corriendo riesgos que evitándolos.
Por eso salió ayer con Araújo y Mingueza, bisoños pero muy serios, de centrales titulares. Por eso ha decidido dejar a Busquets solo en el mediocentro, para jugar con un 4-1-2-3 de facto en muchas fases del partido. O lo que es lo mismo, con algo muy parecido al clásico 4-3-3 azulgrana. Y por eso, hay esperanza de derrotar al virus de la hecatombe que tiene al Barça entrando y saliendo de la UCI. Solo hace falta aumentar un poco la dosis.
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