La goleada al Dinamo en Champions esta semana es campo abonado para la reflexión sobre el 'Qvo Vadis' del Barça. Probablemente el cuadro de Kiev pecó de conservador en su planteamiento, y es cierto que el bisoño y secundario equipo azulgrana que compareció en el Olímpico tardó muchos minutos en traducir su optimista dominio sobre el césped en peligro real y goles. Pero la sensación al concluir el partido fue que entre bambalinas del escenario donde se desarrollan diversas tragedias (la languidez de Messi, el declive infinito de una generación de oro, la grave lesión de Piqué, la inoperancia de fichajes multimillonarios, la penosa trayectoria en Liga) aguarda un grupo de jugadores con ilusión, juventud y calidad. Como poco, capaces de sacar muchos partidos adelante.
Como en tantos otros equipos que en el fútbol han sido, su entrenador se enfrenta ahora al dilema de respetar la jerarquía de un vestuario caduco o sacudir la alfombra y dar cancha al atrevimiento. Recordemos que Koeman tiene como referencia a Holanda, donde el Ajax, por supuesto, aplica la segunda opción en toda su crudeza. Hasta vende a sus mejores jugadores cuando van madurando, incluso si son jovencísimos como De Jong o De Ligt, para dejar sitio a los jóvenes que vienen pidiendo paso.
Obviamente, el Barça aspira a más que ganar una Liga menor y colarse en semis de la Champions cuando aparezca alguna generación buena en su cantera. Pero precisamente porque una de esas generaciones lo llevó a lo más alto que cualquier equipo haya llegado jamás, ahora, con el paso de los años, en el Camp Nou hay más miedo a renovarse. Es relativamente fácil vender a Ronaldinho y Deco. No tanto deshacerse de Messi, Busquets, Piqué o Jordi Alba. Y no solo por la falta de recursos económicos o de candidatos en el mercado. Uno de los problemas del Barça es que gastó una millonada en complementar a sus estrellas en lugar de reemplazarlas. Y además lo hizo cuando esa estrellas ya habían cumplido los 30.
No me entienda mal, astuto lector: con excepción de Pedri y Serginho, que deberían ser titulares fijos de aquí a final de temporada, el resto de apariciones fugaces del pasado martes no son el tipo de futbolistas con los que uno se sentiría tranquilo en una revancha contra el Bayern. Pero verlos jugar y golear alegró a los barcelonistas de una manera distinta a la habitual en estos casos. No fue solo el contento de ver a los futbolistas menos dotados y peor pagados dando la cara por el escudo, sino la sensación de que si los vieran más a menudo se sentirían menos deprimidos.
El problema es que el efecto del prozac que se administra en Champions suele durar poco. Especialmente si en La Liga este fin de semana vuelve a tocar nubarrón y tentetieso.
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