La reunión de ayer entre Jorge Messi, genio de los números -excepto los tributarios-, y Josep Maria Bartomeu, genio de la ingeniería -excepto la futbolística-, acabó sin acuerdo. Como se imaginan, fue muy cordial. Uno de esos encuentros en que los a punto de ser recién divorciados se piden perdón por viejas rencillas, recuerdan anécdotas entrañables de su tiempo juntos e incluso se lanzan algún piropo mientras sus abogados afilan los cuchillos bajo la mesa. Nada bueno va a salir de esta cruz de navajas per un davanter.

La fiera polarización sobre el asunto que demuestran los aficionados culés en todo el mundo es triste a muchísimos niveles. Desde el propio despellejamiento de los Messi (que ahora son un clan, como los hermanos Dalton o los Golfos Apandadores) al linchamiento del presidente del Barça, culpable de pisotear los sueños de toda una generación, pasando por discutir si Guardiola será quien ofrezca refugio a Messi porque es el único que representa el auténtico ADN azulgrana o se lo roba al Barça porque es un tío asqueroso empeñado en boicotear al club que le permitió poner para siempre siete ceros en su nómina.

Todo vale, y el sendero hasta el desenlace promete ser aún más desolador. Un dantesco infierno de infinitos círculos cuyo más reciente meandro estigio es el de Leo pasando del primer entrenamiento de la temporada, como un brasileño cualquiera declarado en rebeldía.

Por supuesto, la verdadera razón de la batalla contractual es de lo más vulgar: una cláusula cuyos plazos una parte entiende como flexibles, dada la excepcionalidad de las fechas en esta lunática temporada del maldito virus, y la otra como inamovibles. Desde luego, y pese a quienes aseguran con romanticismo becqueriano que solo Leo es dueño de su destino, hay una negociación abierta. Porque de no ser así, a Jorge Messi le bastaría con acudir a la presentación de su hijo como blue sky en un par de semanas. 

En cualquier caso, indistintamente de las fechas y penalizaciones que un juez laboral -lo más probable- acabe dando por válidas, y del efecto que tenga eso en los posibles pretendientes de Leo, lo que se agota inexorablemente son los plazos del ridículo. Bartomeu aprovecha el sainete para despedir a Rakitic rodeado de trofeos y dando lecciones de barcelonismo pese a que no se perdonó la feria de abril tras la pesadilla contra el Liverpool. Y el entorno de Messi les cuenta a los jeques dónde quieren que les ingresen la prima de fichaje por llegar libre, cuando lo único que tienen de momento para demostrarlo es un burofax del despacho Cuatrecasas cuyo membrete reza 'tonto el que lo lea'. Más que nada, porque dicho bufete también trabajaba para el Barça en el momento de pulsar el botón de 'enviar'. 

Al final de todo este vodevil, en efecto, a alguien se le va a quedar cara de tonto. Y lo peor es que en ese rostro, sea de quien sea, temo que se va a reflejar el barcelonismo en pleno. Espejito, espejito mágico... ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esto?

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana