Ya saben lo que contó John Toshack sobre su proceso como alineador después de que su Real Madrid despachara un partido lamentable en Vallecas: “Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores. Los martes, a siete u ocho. Los jueves, a cuatro. El viernes, a dos. Y el sábado ya pienso que tienen que volver a jugar los once mismos cabrones de siempre”. No es fácil para el entrenador de un club grande salirse de esa rueda. Las jerarquías del vestuario pesan, claro, pero también la calidad y la personalidad de los propios jugadores.
Setién puede haber visto a Piqué desbordado en velocidad por todos los delanteros del Nápoles en el partido de ida de octavos, pero... ¿acaso no tiene la certeza de que será su cabeza la que despeje los veintisiete centros al área que los italianos cuelguen cuando necesiten marcar en la vuelta?
Le pongo ese ejemplo, astuto lector, porque no hablamos de Vallecas, claro. Hablamos de la Champions. Ahí el Real Madrid no se tendrá que preocupar de sus alineaciones, pero el entrenador del Barça tiene que elegir a sus once cabrones para una final y luego otra y luego otra... en el mejor de los casos. De Setién no se sabe aún si es un alineador competente, pero nos vamos a enterar enseguida. Y yo estoy dispuesto a concederle algo de crédito visto lo visto el otro día. Sobre todo, porque no era fácil acertar con el centro del campo, y acertó de pleno.
De Jong ejerció más que nunca de '4' titular, oxigenado en la alternancia posicional con Rakitic, y Semedo ganó confianza gracias al trabajo de Sergi Roberto y el propio Ivan para cubrirle las espaldas. Tampoco era sencillo detectar que incluso el peor Griezmann de la temporada iba a ser una fábrica de crear espacios ante un Nápoles demasiado aturullado en la presión.
Es cierto que sin Busquets ni Vidal se simplificaba el boceto. Pero alinear a Riqui Puig y/o Ansu era tentador, por tribunero, y además tenía su lógica. Igual que apostar por un 4-4-2 habiendo marcado un gol en el empate de la ida. Sin embargo, el duelo recordó a aquellos en los que Guardiola daba con la tecla: 10 minutos de presión y llegadas en tromba del rival, con alguna ocasión clara de la que ya nadie se acuerda, dieron paso a un partido resuelto por el Barça en media hora. No es comparable a los valses con Xavi e Iniesta a la batuta, claro, pero adonde no llegaron los violines esta vez lo hicieron la tremenda percusión de un gol de córner... y Messi, claro. El eterno virtuoso.
Pero, ¿se puede ser optimista con Bayern y City en el horizonte? Por supuesto, porque el rival más temible de Europa es el Barcelona. Especialmente, si no hay partido de vuelta en el que remontarle.
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