Salvo que Bartomeu haya contratado a otra calamitosa empresa de gestión de imagen y vaya de farol con el asunto de la renovación de Ter Stegen, todo parece indicar que el alemán alcanzará de azulgrana la tardía madurez de los porteros. O lo que es lo mismo, esos años que convierten a los grandes guardametas en titanes mitológicos. La mejor noticia en lo que va de año, y casi de lustro, para el Barça.
Es curioso que justo en estos días haya anunciado su retirada Iker Casillas, el último Atlas patrio. Artífice de mil y una noches de pesadilla para el barcelonismo cuando llevaba el escudo del Real Madrid cosido sobre su traje de superhéroe, y de no pocos sueños imposibles cuando lo cambiaba por el de la selección española y sostenía para todos nosotros el mundo sobre sus espaldas. Sin Casillas, el madridismo también habría vivido sus años de plomo y crujir de dientes. De Busquets, Angoys, Baias y Rustus. La fragilidad más opuesta a la que puede sentir un trapecista: mirar hacia atrás y ver solamente una inmensa red.
Incluso obnubilados con el rayo vengador de Messi (el único que desesperó a Casillas hasta hacerle rogar por un mísero gol de córner en el descanso de una Supercopa donde el Diez de Dieces le convirtió en póster), los delirios regateadores de Neymar o la mágica sinfonía de otoño de Xavi e Iniesta, todos los culés hemos sentido la emoción de ver parar a Marc-André. Y sabemos que esa emoción es genuina. Y recurrente. Por tanto, no concebimos que se extinga.
Ahora mismo, la alternativa a tatuarle a Ter Stegen el escudo del Barça de por vida sobre el corazón sería lo más parecido al 'bosque oscuro' que describía Ci Xin Liu en su magnífica trilogía de Los Tres Cuerpos: una negrura donde la única forma de asegurarse de que no eres destruido es destruir tú primero. Y, visto lo visto en el devenir del Barça durante los últimos meses, el poder de destrucción masivo que se le presupone al mejor equipo ofensivo del mundo empieza a ser muy cuestionable. Primero, porque un par de técnicos timoratos lo han malcriado. Segundo, porque Messi tiene cada vez más años. Y tercero y principal, porque Messi está cada vez más solo.
Como los siete 'rutilantes' fichajes del presidente no auguran que esa soledad amaine, qué menos que permitirle a Leo mirar atrás y ver a un tipo rubio vestido de verde, siempre sonriente y con brazos de pulpo guardando sus espaldas. Porque si se gira y ve ahí a un yerno de Setién, lo mismo empieza la próxima temporada en Newell's. Y no precisamente porque su hijo Thiago se vea separado de su presunto ídolo. Sino porque el Camp Nou quedaría convertido en un cráter sin atmósfera, inconsolablemente huérfano de su último titán.
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