El glorioso Fútbol Club Barcelona arrastra los pies sobre cenizas. Puede aducirse que la del martes fue una jornada aciaga: al naufragio contra el Atlético, donde el otrora mejor equipo ofensivo del planeta solo pudo anotar por medio de un autogol y un penalti, se unió una final de baloncesto que resquebrajó un proyecto presuntamente ganador como ningún otro de la historia reciente. En deporte, a un partido puede pasar de todo, pero en ambas secciones del Barça ya se veía desde hacía mucho tiempo que no se hacían las cosas bien en lo deportivo. Especialmente, en el primer equipo de fútbol.
Demasiado había durado el ciclo ganador del Barcelona, ese cuyo fin muchas gallináceas histriónicas llevan cacareando una década. Hace dos noches, ni siquiera sus polluelos tuvieron que abrir el pico o pasarse de la raya. La catástrofe se hace incluso más evidente en el silencio, durante un paseo solemne sobre la tierra quemada. Echar la culpa a lo anómalo del fin de temporada no sirve. El actual líder de la Liga también ha estado confinado. Y señalar la labor arbitral está justificado, visto lo visto, pero siempre recordando que el argumentario descansa sobre una realidad palmaria: la defensa del Barça es un desastre.
Admitámoslo: igual de lunático suena quejarse todos los domingos y algunos miércoles por que al Barcelona, el equipo del mundo que más pisa el área rival con el balón, le señalen penaltis a favor que denunciar una conspiración arbitral porque Semedo nunca está en su sitio, Piqué y Busquets tienen problemas con la pila (la pila de años que han cumplido ya) y la presión que ejerce el equipo en campo rival no llega a la de un balón de playa, mucho menos a la de uno de fútbol profesional. Que Hernández Hernández, Mateu o Cuadra son infames es evidente. Por eso no puedes jugar los partidos al filo cuando te arbitran: hay que dominar.
Resulta, además, un tanto patético que la planificación deportiva tras la fuga de Neymar haya sido tan parecida a la que aconteció tras la espantada de Figo, ese abyecto futbolista convertido ahora en abyecto empresario neoliberal, al Madrid. Mucho dinero en el banco y una herida en el orgullo, combinación que resultó en varios fichajes precipitados y pagados a sobreprecio. Coutinho y Dembélé me siguen pareciendo dos jugadores fenomenales, pero si uno no sabía jugar de otra cosa que no fuera mediapunta y el otro era el raro de su grupo de amigos, la dirección deportiva del Barça quizá debería haber cogido otros trenes. O al menos no estos dos a la vez.
El caso de Griezmann es quizá el más lamentable. Un futbolista tranquilo, acostumbrado a jugar de segundo delantero en un equipo fajador, que de pronto se permite el lujo de plantar al único club con el podía ganar todos los días, incluso contra el Madrid. Y todo porque fantaseaba con que podia hacer en el Barça de la vida real lo mismo que hacía en el de la Play con su monigote. No hay nada más triste que un Principito solo en su planeta, y Antoine sigue solo en el Camp Nou. Si no quiso venir cuando le tocaba, lo suyo habría sido no ficharlo. Tanto al Barça como al muchacho les hubiera ido mejor.
En las demás contrataciones del último par de años ha habido aciertos y errores, pero en las que cuestan 120 millones o más se impone acertar, y el Barcelona no ha sido capaz. Luego la transición a la verticalidad de un equipo demasiado posicional, la implementación del juego imprevisible sin renunciar al control, quedó varada en una playa artificial de Berlín en 2015. Los años de Messi han volado, los técnicos valientes se han amilanado (gran decepción Setién, de quien muchos pensábamos que si había de fracasar sería por temerario) y los jugadores se han acomodado. El segundo y mucho más longevo Dream Team ya no da para más. Incluso cuando Piqué apela al orgullo de club, el Barça solo es capaz de jugar un poquito mejor, y ni siquiera le da para ganar al peor Atlético de la última década.
Yo, como de costumbre, me encomiendo al centro del campo. En cuanto De Jong siente definitivamente a Busquets, Pjanic reemplace a Rakitic y Riqui Puig juegue 10 partidos seguidos demostrando lo mismo que demostró contra el Atleti, que es Arthur a la velocidad de la luz, habrá una piedra sólida sobre la que construir. Para todo lo demás, lo único que le pido al resto de 2020 es que la salud nos respete a todos pero especialmente a Ansu Fati, y que la economía del trueque no sea la del tocomocho. Hay buenos peloteros por ahí, incluso en la posición de lateral, y algunos hasta han jugado en un 4-3-3 más de 50 partidos en su vida. Pero para la maquinaria de fichajes del Barça, dirigida por el Inspector Clouseau, la mayoría de ellos parecen indetectables. Y ahora, sin el dinero de Ney en el banco, qué quieren que les cuente.
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