Reposado ya el último Clásico como un mate amargo, dos sorbos encogen la lengua más que el resto. Ambos tienen que ver con dos pequeñas traiciones de Quique Setién. El técnico cántabro, de momento, sigue teniendo el favor mayoritario de la afición, como demuestra el hecho de que haya perdido 2-0 contra el Madrid con goles de Vinícius y Mariano y no haya trascendido ninguna petición en Cheinpuntoorg (ese timo de la estampita para recolectar tus datos) que exija su inmediata deportación a la provincia china de Hubei. Al parecer, la culerada le concede el beneficio de la duda porque considera, y bien está, que es difícil no cometer errores cuando uno salta al río en mitad de una corriente. Errores como los dos que ahora les señalo.
El primero, y a mi modo de ver el más importante, tuvo que ver con el fútbol. Y justo por eso es del que menos se habla. Si hay un nudo gordiano al que remiten todas las explicaciones sobre el monumental descosido que el Barça inflige al Madrid en 9 de cada 10 partidos desde hace más de una década es el centro del campo. Y no solo por calidad, sino por cantidad. La querencia del equipo blanco por apelotonar delanteros a los que colgar centros laterales los ha llevado desde hace muchos años a desembocar en un falso 4-3-3 en el que no hay amplitud sino urgencia. Su esquema es hijo de la ansiedad por ver camisetas blancas dentro del área a las que apuntar un pelotazo salvador tras otro. Por eso los azulgranas los dominan incluso en el Bernabéu, y especialmente allí. Porque entre los laterales y Messi es el Barcelona el que más facilidad tiene para generar superioridades a partir de la conservación de la bola.
Si a eso le añadimos que la baja de Luis Suárez ha llevado a Quique Setién a la decisión, muy cabal, de situar en su lugar a un centrocampista con llegada como Arturo Vidal, entenderemos mejor por qué en la primera parte del Clásico el Barça dominó incluso sin dominar del todo. El raquítico fútbol del Madrid es un pelele ante la paciencia de un equipo que se aplique en el juego posicional, como bien han demostrado el Mánchester City o la Real Sociedad, entre otros.
Sin embargo, al míster blaugrana le pudo el nervio. Sacar a Vidal e ingresar a Braithwaite en el 69' pareció un riesgo calculado para estirar el campo contra la enardecida presión blanca. Pero, visto en perspectiva, habría sido más lógico hacerlo con algún pelotazo ocasional que obligara al Madrid a construir. Seguro que el cántabro ha aprendido la lección.
Su segunda herejía, con mucha más repercusión mediática, tiene que ver con la persona de su segundo, Eder Sarabia, hijo del exdelantero del Athletic y entrañable comentarista de nuestra 2ª División Manu Sarabia. Las cajas destempladas del muchacho en el banquillo del Bernabéu lo han puesto en el ojo del huracán. El vestuario cree que se propasó, y no le falta razón. Dicen de él que es "un poco difícil" y que "tiene mucho carácter". Lo cual, cuando se afirma de alguien, ya saben lo que quiere decir en realidad: que es, como dice mi amigo Julio Martín, un poco gilipollitas. Y no pasa nada, tiene que haber de todo en la viña del señor, pero cuando uno es jefe de un grupo de profesionales de élite y se comporta como un lunático malhablado y gritón, los profesionales se le cabrean. Con razón. Yo he tenido a algún jefe como ese sin ser de élite ni nada, y si me lo encontrara ahora en el desierto le daba un bocadillo de anchoas.
Flaco favor hacen al barcelonismo quienes ven en la llamada al orden de la directiva a Sarabia Júnior una nueva concesión a los malcriados futbolistas azulgranas. Es cierto que la disciplina con Valverde era muy mejorable, pero ese lugar común de que un sargento de hierro te pone las pilas es bastante falaz. Acuérdense de que hasta el propio Clint Eastwood aflojaba con su pelotón de gandules de vez en cuando. Pero hay tipos que no saben bajar las revoluciones, y si hay un momento para hacerlo es en el banquillo de un Clásico en el Bernabéu, cuando vas perdiendo y todas las cámaras del planeta te están enfocando. Prefiero sin duda a quienes lideran con un ejemplo sosegado. Porque de preferir lo otro a declararse mourinhista hay un paso. Y yo por ahí no ídem. Se siente.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana