Incluso sin delantero en el once y con Jordi Alba al 50% de su ser futbolístico, el Barça compareció en el Bernabéu con medio partido ganado. Lástima que para el otro medio no le diera. Y ya saben: uno menos uno es igual a cero. El Clásico fue bipolar tirando a maníaco. O sea, bueno para el Madrid, que siempre juega a la tremenda.
En la primera parte, los dos mejores futbolistas de ambos equipos fueron sus respectivos mediocentros. Y, como de costumbre en las últimas visitas de papá al feudo blanco, uno lo fue por habilidoso y el otro, por intenso. O sea que la cosa apuntaba a azulgrana de nuevo. Quizá no a un vapuleo, porque el Madrid aún tenía colorado el rejonazo del City, pero sí se podía vislumbrar una victoria aseada. Sin embargo, ni Griezmann ni Arthur ni Messi embocaron y la inclinación del césped dio un vuelco en la segunda parte.
A partir del momento en que Isco y Benzema se endemoniaron, recordé mucho la Liga de Tito Vilanova: cómo el Barcelona amasaba los partidos hasta el minuto 60 y solo entonces imprimía ciertas revoluciones a su vaivén. Un tam-tam de peloteo diseñado para durar hasta que al contrario se le pusieran los gemelos blandos como fideos hervidos. Y me di cuenta de que si el Barça se ha asomado esta temporada a la mediocridad es, sobre todo, porque ya no cansa a sus rivales, sino que sus rivales lo cansan a él. Incluso aunque tenga la pelota.
Echo de menos ver a jugadores con la blaugrana acalambrados y cojitrancos, como ayer lo estaba Valverde. Estirándose de las puntas de los pies con cara de tiburón de dibujos animados. Porque casi ningún azulgrana llega a hacer nunca ese sobreesfuerzo. Ni a pegarse carreras para defender como la de Marcelo contra Messi, la cual celebró el brasileño igual que un gol. Van a las pelotas divididas para golpear el aire, prefieren una ruleta a un acelerón y siempre le bajan la velocidad al balón en el primer control porque no están seguros de que el compañero esté donde debería. Ya saben: se juega como se entrena. O más bien, como se ha entrenado hasta hace no mucho.
Con Setién se entrena mejor, y por eso se ve a jugadores que mejoran su rendimiento. Como Semedo o Umtiti ayer mismo. Pero el jugador del Barça que parece más en forma es Braithwaite, quien, les recuerdo, acaba de llegar de otro equipo. Mala cosa. Aunque yo diría que el técnico cántabro va por el buen camino para arreglarlo en el futuro, en el presente al Barça el último Clásico de la temporada (porque me parece a mí que en el Etihad al Madrid le espera el ajuste de cuentas de Guardiola por lo del Bayern hace unos años) se le atragantó.
Frente a un rival mucho más vigoroso, Ter Stegen no tuvo más remedio que ir creciendo hasta convertirse en gigante. Pero lo derribó la astucia de Kroos, esa que siempre admiró Pep, lanzando a Vinicius hacia el área. Y Piqué, imperial durante el 98% del partido de ayer, se pasó de listo esperando el habitual churridisparo del velocista brasileño. Lo decía Di Stéfano de los porteros y se puede aplicar también a los centrales: haga lo que quiera con la pelota, pero por favor no se la meta dentro. El otro 1% en el debe de Geri fue el cabezazo que marró solo en el primer palo. Pero ojo, nunca se dijo que el partido tuviera que ganarlo él.
Como sucedió en la eliminación copera contra el Athletic, la derrota sabe a vinagre, no a debacle. Otra cosa sería que el Madrid hubiera mantenido el pulso en las últimas jornadas y el 2-0 le sirviera para redoblar su distancia como líder, porque ya no queda tanta Liga. Pero ya sabe como salió eso, astuto lector, así que ni azulgranas ni blancos, creo yo, se pueden quejar esta semana. Los unos, porque jugando en las últimas semanas ante otros dos equipos con calambres, el Nápoles y el Getafe, sacaron dos buenos resultados. Y los otros, porque marcaron Vinicius y Mariano. ¿Qué más quieren, que marque Chendo? Suerte en lo que queda de Liga, amigos. Y en Mánchester, claro.
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