Ernesto Valverde debe de haber leído mucho a Jack London. Por más vueltas que le doy al asunto, es la única explicación. Y no me refiero solo a grandes clásicos como sus míticas novelas 'Colmillo blanco' o 'La llamada de lo salvaje'. Sino también, por ejemplo, a un cuento corto que London publicó en 1909 titulado 'Un bistec'. A piece of steak, en su título original en inglés, es la historia de un boxeador veterano que se presenta ante la oportunidad de enfrentarse a uno de los púgiles jóvenes del momento. Pero su preparación para el combate no es la adecuada. No puede serlo, porque sus mejores años ya han pasado y ahora vive en la miseria. Ganar esa pelea reportaría al hogar algunos ingresos, así que la noche del combate su mujer y sus hijos se van a la cama sin cenar para que él pueda alimentarse mejor.
Pero no basta: Tom King sabe lo que necesita para subirse al ring con ciertas garantías, y la salsa de harina con pan que puede permitirse como combustible está muy lejos de ser suficiente. El púgil añora algo que fue sencillo de conseguir para él no hace tanto: un bistec. Un trozo de carne que aporte a sus ajados músculos la munición en forma de proteína que anhelan. Pero los buenos tiempos han pasado, y los carniceros no han querido fiarle a su mujer. No confían en que King derrote a su joven rival y pueda pagarles.
A partir de ahí, y durante algo menos de 7.000 palabras, Jack London describe el combate con genial precisión naturalista. El viejo King contrarresta el ímpetu de su rival, Sandel, con aplomo y paciencia. Pero cuando llega su oportunidad, el instante decisivo, el momento en que debe asestar el golpe victorioso... se queda sin fuerzas. Sabe por qué: le faltó el bistec. Y pierde, para su inconsolable vergüenza.
El técnico del Barça también es un veterano del banquillo culé, pero, a diferencia del desdichado King, lo tiene todo para triunfar. Le han fichado a Griezmann porque era el delantero que quería. Cuenta con el peculiar pero talentoso Dembélé y el fenomenal Ansu Fati para descorchar defensas. Ya no debe saltar de Busquets a Arturo Vidal porque tiene a Frenkie De Jong, que aúna la inteligencia futbolística de uno y la exhuberancia física del otro. Puede juntar en el centro del campo a cuantos competentes peloteros desee. Tiene más centrales internacionales disponibles que ningún otro entrenador en la historia reciente del Barça. Le han fichado a Junior Firpo para que las lesiones de Jordi Alba no alteren tanto el equilibrio del equipo. Y cuenta con uno de los mejores porteros del mundo, uno de los mejores 'nueves' y con el mejor jugador de la historia.
Pero Ernesto Valverde es un genio. Un mago del pensamiento lateral. Solo así se entiende que ponga a Grizzi en la izquierda, donde apenas participa en el juego de ataque azulgrana y siempre lo hace con la peor orientación posible, corriendo hacia atrás más de la mitad de las veces. Que deje fuera de la convocatoria a Firpo pese a que Jordi Alba tenga los isquios como una piedra y condene a Semedo a bregar a pierna cambiada, malgastando su potencial ofensivo.
Que coloque a De Jong en una posición diferente en cada partido. Que haga dobles pivotes con Busquets. Que juegue con Vidal de titular, pierda, y al partido siguiente lo vuelva a poner de titular. Que parezca que el Barça se entrena un 10% de lo que lo hacen el Levante o el Slavia de Praga. Que parchee el equipo en función del rival. Todo es un ardid. Está bailando a sus rivales. Dejando que se confíen para llegar al undécimo asalto, listo para tirar de la energía que le ha dado el bistec que devoró en la cena y tumbar por sorpresa a sus impetuosos y jóvenes adversarios.
O a lo mejor es vegano y nos esperan la de Liverpool y Roma otra vez. Desde luego a mí cada vez me saben más las muelas a tofu.
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