El Barça se parece cada vez más al mítico anuncio que el explorador Ernest Shackleton publicó a principios del siglo XX en los clasificados del Times. Con él trataba de reclutar compañeros para su intento de llegar al Polo Sur: "Se buscan hombres para viaje arriesgado. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de oscuridad total. Peligro constante. Un regreso seguro es dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito". En realidad, a casi cualquier culé esas condiciones le parecerían jauja comparado con lo que vive cada cuatro días. Porque se ha acostumbrando a caminar en el filo de la navaja, acongojado por el pobre desempeño de un equipo de circulación exasperante y palmaria debilidad defensiva. Encomendado al gigante que habita en su portería y angustiado por los enanos que le crecen en forma de ausencias en el ataque.
Ante el Inter, el concurso de Messi, Suárez y Griezmann prometía al menos un respiro a la maltratada expedición. Una noche de fogata y comida caliente antes de enfrentarse al glaciar dirigido por Antonio Conte. No había garantía de éxito, pero al menos sí se lo invocaba desde la esperanza. Sin embargo, la baja de última hora de Junior Firpo y, con ella, la imposibilidad de alinear a un lateral zurdo, desató una sorpresiva tormenta de hielo.
No hay mejor noticia para un central de un equipo italiano que constatar que los volantes del rival son inoperantes, como lo fueron ayer los dos laterales azulgranas. Uno, porque jugó fuera de posición a pierna cambiada. Y el otro, porque jamás debió jugar como lateral en primer lugar. Así que los nerazzurri pudieron concentrarse en sacar la pelota desde atrás, y además muy bien, lo que obligó al Barça a estirar líneas. Sus futbolistas se desperdigaban en la presión y perdían la referencia de sus compañeros, sombras borrosas entre la ventisca.
Que el Barça empezó perdiendo no merece la pena destacarlo porque, tristemente, ya no es noticia. Que su entrenador no estuviera tan mal como otras veces, sí. Dentro de los imponderables que pueden considerarse atenuantes para un técnico sin duda se cuentan los de jugar con un lateral de remiendo y que tu equipo forme con todos sus titulares en el centro del campo y el ataque por primera vez. Con Carles Pérez y un crío de 16 años no se ganan tripletes. Pero eso no significa que el planteamiento del Txingurri fuera correcto, ni mucho menos. De ahí que el Inter de Conte pareciera el Milan de Sacchi cuando no lo es.
Al menos, el míster sí tuvo la decencia de alinear de inicio a Arthur y De Jong, que se embozaron el abrigo y tiraron de piolet para tratar de dar un sentido al penoso avance blaugrana por el permafrost. Busquets, como de costumbre, sufrió con el juego de transición. Por eso su cambio por Vidal, clásico, fue acertado. Porque la debilidad del Inter estaba en hacer recular y bascular de un lado a otro a sus tres mediocentros. Y el chileno hizo exactamente eso, acorralándolos con testosterona y velocidad en la distribución. Así acercó el Barça a Messi al área y así propició también las apariciones de Suárez, el único hombre capaz de tumbar, indistintamente, a un oso polar o al líder de la Serie A.
En todo caso, y pese a épicas conquistas como la de anoche, a mí no me va este Barça al filo de la congelación. Recuerdo con nostalgia tiempos menos aventureros y más comodones, en los que el equipo apretaba arriba desde el minuto 5, se ponía 2-0 en el 30' y ya podíamos fantasear con que en la segunda parte saliera algún chiquillo de la cantera. Quizá sea porque yo nací en el Mediterráneo y el único polo que me interesa es el Calippo. Y porque me gusta el solecito de junio en el autobús de la rúa, claro.
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