Atiéndame, astuto lector: tengo la solución a todos los males del Barça. Sí, ya sé que no seré el primer columnista al que haya leído algo similar esta semana. Ni la anterior. Pero es que así es el arte periodístico de la opinión: no solo hay que tener una, también hay que presentarla sin titubear. Especialmente en lo que se refiere al fútbol, el mejor de los deportes si exceptuamos al sumo, que, como retrató el genial Warren Ellis en el cómic 'Transmetropolitan', sin duda es el número uno porque lo tiene todo: ceremonia, arte, peligro, velocidad y, lo más importante, dos tipos gordos que se dan de hostias.
Pero yo he venido aquí a hablarle de dos tipos flacos, incluso enjutos. Por un lado, el actual entrenador del Barça, Ernesto Valverde. Un extremeño adusto, avinagrado pero de mirada viva, a quien la ironía en las ruedas de prensa se le escapa por la comisura de la boca como si tuviera pudor de lanzarla directamente hacia el micro. Por el otro, Xavi Hernández, mito absoluto del barcelonismo, un obseso del fútbol embarcado en una literal travesía por el desierto que le conduzca a la tierra prometida: el banquillo del club de su vida. El día de su regreso al Camp Nou, Camilo Sesto cantará desde el cielo el 'Hosanna' de 'Jesucristo Superstar'.
Irónicamente, a día de hoy el calvario es para Valverde. Al Barça le está pasando lo mismo que al Madrid: puede parecer que va tirando, que el inicio de temporada y el calendario no ayudan (El Sadar, Los Cármenes, ahora Getafe... nunca fueron campos fáciles para los azulgranas) y que solo se trata de ajustar piezas. Pero al olfato experto del aficionado, merengue o culé, Dinamarca le huele a choto. A unos, porque se pasaron tanto tiempo imaginando el Barça sin Messi que no habían reparado en lo que iba a ser su Madrid sin Cristiano. Se les puede objetar que ayer marcaron Rodrygo y hasta Vinicius, pero seguirán con el morro torcido y contestarán: "Yo sé de esto, hazme caso: este año, todo perdido en marzo". Y a los otros, porque el Barça, gane o pierda, no juega un pimiento. Y eso se nota.
Leo disputa 45 minutos entre lesión y lesión, hay no pocos contratiempos y piernas nuevas con mucho talento aún han de encontrar su sitio, pero las alineaciones de Valverde en este arranque de temporada no se entienden. Precisamente porque las lesiones afectan a jugadores absolutamente clave: el lateral izquierdo, el único nueve, el único extremo profundo y ambidiestro, The Best... se supone que el entrenador debería aportar estabilidad. Y, en lugar de eso, alinea un centro del campo distinto en cada partido. Como si tuviera apuntado en un Excel los minutos que debe disputar cada jugador en septiembre (que seguramente lo tiene) y lo siguiera a rajatabla. Pues oiga, que alguien le apunte también en el Excel, aunque sea a boli en una esquina, que los empieza perdiendo casi todos. Y en los que comienza ganando, como el último contra el Villarreal, al inicio de la segunda parte siempre le toca apretar los dientes. Eso no es la vida de un campeón, sino la de un equipo que va quinto y anteayer iba octavo. Y cuando vas octavo, el Excel solo sirve como papel higiénico.
En estos tiempos atribulados, el Barça necesita orden. Xavi afirma que en Qatar hay justo eso: orden. Tranquilidad y seguridad. Ser futbolista, rico y con aire acondicionado es lo que tiene: no se pasa mal ni en Corea del Norte. Pero quizá en la atrevida ignorancia de Xavi sobre las sociedades árabes y las leyes islámicas esté la solución. En la espantosa Doha, quizá Ernesto Valverde pueda abandonar ese jaleo de papelotes, estadísticas e informes que le conducen de forma tan errática y encontrar la paz de espíritu que otorga una vida más sencilla. Si fuera mujer, le darían hasta la contraseña que debe utilizar en el ordenador. Cero líos. Y a cambio, Xavi podría volver a una sociedad occidental no dictatorial, dedicarse al fútbol de élite y no decir más sandeces. ¿No le parece a usted que todos saldríamos ganando?
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