Ya se sabe cómo es el fútbol: si los resultados no acompañan llega el crujir de dientes. Que se lo digan al madridismo, todavía masticando lo que se echó a la boca ayer en París. Sin embargo, en ningún sitio se sufre por un rendimiento deficiente como en el Barça, un club atornillado a una premisa prácticamente irrefutable: si quiere ganar, ha de ser muy superior a sus rivales. Por si eso fuera poco, por si la incapacidad de hilvanar 50 pases brillantes no desasosegara lo suficiente al culé, un novedoso temor ha surgido entre los más timoratos en este inicio de temporada azulgrana. Resulta que si el Barça sigue así, De Jong y Griezmann, sus dos fichajes de campanillas, se van a malograr. A 'contagiar', dicen algunos. A 'intoxicar', como si atropellar al Valencia pero no ser capaces de meterle mano al Dortmund en su estadio pese a dominar el partido durante no pocas fases del mismo fuera algo parecido a un virus estomacal.
Usted ya se habrá dado cuenta de que esa es una milonga de las buenas. En efecto, el juego azulgrana en Dortmund fue deficiente. Estático, previsible y anegado por el riesgo táctico del Borussia, capaz de presionar más con una eléctrica ocupación de los espacios que atosigando al portador de la pelota. Pero ningún partido de lo que llevamos de temporada está siendo agradable para De Jong, un fantástico centrocampista de desarrollo largo que todavía ha de educarse en el juego posicional azulgrana. Personalmente, no tengo ninguna duda de que lo hará. Pero antes tiene que amoldarse a un equipo donde no juegan Van de Beek, Tadic, Ziyech o Neres: no solo sus compañeros de fútbol, sino sus compañeros de vida. El desarraigo es una sensación dolorosa, pero dudo mucho que jugar al fútbol junto a Busquets, Arthur, Luis Suárez o Messi en un Camp Nou vibrante deprima precisamente al jovencísimo Frenkie.
Y, aunque así fuera, hagámonos el favor de no achacarlo exclusivamente al juego de posesión y a la querencia por mover la bola de lado a lado en tres cuartos de campo. Cualquier cosa será mejor que dar a Valverde más coartadas de las que necesita para salir a un estadio como Anfield con Arturo Vidal en la medular. Ya sabemos cómo resulto eso.
Por su parte, Griezmann preocupa porque, como a la mujer del César, se le achaca que no solo ha de ser una estrella, sino también parecerlo. Su deambular por un ataque deslavazado angustia al culé, que a estas alturas ya esperaba verlo insuflar terror en el corazón de los malvados. Pero una cosa son los álbumes de cromos y otra la realidad. La mejor habilidad de Antoine no es la capacidad de limpiar rivales, sino la comprensión de lo que necesita el ataque y ese espíritu guerrillero de quien está acostumbrado a apañarse solo en la delantera. Normal si, ahora que se ve rodeado de compañeros y rivales, parece un poco perdido. En cualquier caso, ya les aseguro que cualquier delantero vive más feliz en el Barça que en el Atlético, donde no es que se pudiera pasar 10 minutos sin rascar bola, es que se podía pasar 90.
Así que por favor, astuto lector: no trate a estos dos muchachos con tanta condescendencia. Puede que sean rubios, sí, pero le aseguro que no tienen un pelo de tontos. Los dos son profesionales, cobran su buen dinero, están en la élite del fútbol y, si el Barça tiene problemas, lo que deben hacer es ayudar a solucionarlos.
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