Desde los tiempos más remotos, el poder se sustenta gracias a los enemigos, esos agentes externos que impiden el buen gobierno y obligan a hacer un frente común. Pasó con el macedonio Alejandro Magno, que utilizó a los persas para alimentar sus ansias de grandeza, o con Escipión, que tuvo como objeto de sus iras a Cartago, o en tiempos no tan lejanos, Isabel la Católica, que expulsó a los judíos de España, si no se convertían en católicos, o Carlos I y Felipe II, con sus cruzadas contra el imperio otomano, y si nos circunscribimos al presente más actual, con Vladimir Putin, usando como coartada los nazis para invadir Ucrania o Netanyahu, para hacer lo propio con Gaza, cambiando el término nazi por terrorista.
Siempre el enemigo se utiliza como coartada para esgrimir cualquier situación, escondiendo de esta forma los errores y la nefasta gestión. El enemigo es un cajón de sastre que sirve para todo, llegando a alimentar teorías conspiranoicas tan peligrosas como las que sirvieron a Donald Trump a ascender de nuevo a la Casa Blanca, con emigrantes haitianos devorando mascotas como eje de sus acusaciones.
En el FC Barcelona, Joan Laporta también ha encontrado sus enemigos para moverse a sus anchas por el club, que cada vez parece más un cortijo hecho a su medida. Al principio de su segundo mandato fue Josep Maria Bartomeu el chivo expiatorio. Si bien es cierto que la gestión del anterior presidente fue tan nefasta como infructuosa, dejando una losa económica de proporciones cósmicas, también es cierto que nadie le puso una pistola en la sien a Laporta para obligarle a presentarse. Fue una decisión asumida con todas las consecuencias.
Y sus primeros pasos como presidente desilusionaron a más de uno, sobre todo tras hacer añicos su promesa electoral de renovar a Messi. "Yo esto lo arreglo en un asado", comentaba mientras abrazaba el maniquí de Leo. Semanas después, el crack argentino se marchaba llorando del club y con un resentimiento al presidente que aún perdura, como se pudo constatar en su ausencia en la gala del 125 aniversario de la entidad.
Laporta encontró en el presidente de la Liga, Javier Tebas, su alter ego perfecto. Madridista confeso y ultraderechista rezumado, el dirigente blaugrana manejó sus potentes altavoces para proclamarse víctima de una cruzada contra él, que acabó con Messi fuera del club. El argumento del club es que Tebas se había enfadado por la negativa del Barcelona a unirse al pacto de CVC. Era una guerra sin cuartel.
Tebas utilizó el desajuste monumental de la masa salarial del club para poner trabas a todas las operaciones y Laporta supo utilizar, muy inteligentemente, como buen político que fue, esta animadversión a su favor, para unir al barcelonismo y hacer un frente común contra el 'madridismo sociológico', concepto que él mismo acuñó y que rápidamente cuajó entre la masa social.
Sin embargo, con el paso del tiempo, parecía que la relación entre Laporta y Tebas comenzaba a suavizarse, con encendidos piropos entre ambos, uno agradeciendo el apoyo de la Liga y el otro, los esfuerzos del club para reducir la masa salarial.
Sin embargo, Laporta es consciente que sin enemigos no es nadie. Con un Florentino Pérez inabordable --la pancarta en la campaña se le acabó volviendo también en contra--, necesita rivales más terrenales. Y Tebas es simplemente perfecto. Primero, porque es reincidente --ya cuando era vicepresidente del Alavés intentó impedir la alineación de Messi-- y, segundo, porque es una persona reconocible para el culé.
No hay duda de que Laporta pondrá toda su artillería apuntando a Tebas para explicar su fracaso en la inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor. Un argumento que calará entre el culé, aunque seguramente menos de lo que el presidente se cree. Y es que a algunos se le empieza a acabar la paciencia ante tanto victimismo, promesas incumplidas o ya directamente mentiras recalcitrantes. En la cultura anglosajona, seguramente, Laporta estaría al borde de la destitución, pero en la latina, donde la picaresca llegó a ser hasta un género literario, se valora los dirigentes carismáticos, resilientes y descarados, al estilo Silvio Berlusconi.
Ahora bien, si en el tema de Olmo está claro quién será el objeto de todas las iras de Laporta, más aleatorio será constatar quién es el culpable de las obras del nuevo Camp Nou se demoren 'sine die'. Aquí será más difícil echar la culpa al 'facherío'... o quizás no, porque la mente de Jan es inabordable y los designios del Señor insondables.