Acostumbrados a las fuertes dosis de exquisitez que nos ha ofrecido el Barça a través de jugadores de una calidad extraordinaria, puede que nos olvidemos en ocasiones de la importancia de tener en tu alineación a futbolistas que, si bien no acarician el balón, resultan fundamentales para el mejor rendimiento del equipo. En esta categoría se encuentra Arturo Vidal, un jugador al que prefiero tener siempre en mi equipo antes que de rival.
Salvando las diferencias de edad o el tiempo que vivieron en el vestuario azulgrana, Vidal es hoy en el Barça de Ernesto Valverde el Paulinho de la temporada pasada, o el Mascherano de anteriores épocas. El Edmilson que se dio a cuentagotas con Rijkaard. El Bakero del Dream Team o el Neeskens de la vieja Holanda. No marcará la historia probablemente, a no ser que anote un gol que dé un título internacional, pero su aportación a la estabilidad y solidez del equipo aumenta en la medida que va teniendo más minutos.
Un equipo como el Barça, en el que la joya es Messi, y en el que hemos estado babeando con pintores de pincel fino, necesita de jugadores que mezclen calidad y fortaleza, porque entre otras cosas hay que valorar también a los pintores de brocha gorda. El último derbi nos ofreció otra vez a un Leo Messi excelso, a un Dembelé lúcido, a Suárez en su papel de luchador, peleón y abridor de espacios para su amigo argentino. Pero también nos enseñó a un Vidal que igual aparecía de guardián de Messi como de Busquets o Rakitic, atacando y defendiendo. Inmenso en el campo, pero también colosal en el vestuario.
Acabó el partido y Vidal se puso a poner fotos en su Instagram para celebrar los 8 millones de seguidores que ya suma. Un mensaje para “hermanito” Jordi Alba: “Te Quiero Papi”. Otro para Messi: “Crack de cracks”, uno para Luis Suárez “goleador” y otro para todo el equipo “familia”. Jugadores que hacen piña, que tienen experiencia de haber convivido en grandes equipos, son indispensables en clubes con muchas figuras, donde pueden imperar los egos. Y cuando se mezcla la entrega en el campo con el buen rollo en el vestuario, el cóctel que sale es el de un Barça arrollador como el que se brindó en el campo del Espanyol.