Josep Maria Bartomeu debió despedir a Ernesto Valverde al terminar la pasada temporada. Su proyecto estaba agotado. El presidente, sin embargo, optó por una medida conservadora y aplazó una renovación necesaria. Optó por un cambio lampedusiano mínimo: los fichajes de Griezmann y De Jong. Medio año después, los síntomas de deterioro han empeorado y el máximo dirigente ha cortado por lo sano. Es cierto que no tenía un plan alternativo, pero también que ha sido valiente, y su apuesta por Quique Setién, la tercera o cuarta opción, ilusiona.
El Barça fracasó en su intento de contratar a Xavi. También pinchó hueso con Koeman y no se atrevió con Pochettino. Setién tal vez no sea tan mediático, pero su modelo encaja perfectamente en una institución que se había desviado de su filosofía. Su currículum es muy discreto, pero tampoco es mucho mejor el de los otros técnicos, y los puristas, habitualmente muy críticos con la actual junta directiva, nada pueden objetar de su propuesta futbolística.
El desparpajo de Setién gusta en el Camp Nou. En los despachos, en la grada y en el vestuario. Otra cosa será que sepa gestionar una plantilla entrada en años, con muchos egos y apática en los últimos meses. De momento, faltaría más, los futbolistas se han puesto las pilas y los jóvenes del Barça B esperan que sea más atrevido y menos convencional con las jerarquías.
Setién deberá asumir riesgos en la elección de sus futbolistas y con el dibujo táctico. Es poco probable que pueda reproducir el 3-5-2 del Betis, entre otras cosas porque el Barça anda escaso de centrales, pero su gran reto pasará por motivar a Messi para que se aplique en labores defensivas. Valverde fue blando y la falta de sacrificio del argentino y de Suárez desequilibró al bloque. Descartada la presión alta, el equipo palideció en defensa.
La cultura del esfuerzo y del trabajo también menguó con Valverde, mejor gestor en la escasez que en la abundancia. Como hombre de club, el técnico extremeño silenció muchas cosas, como la escasa disciplina de Arthur Melo. Setién es mucho más impulsivo e intransigente. Sus principios son sagrados y no se discuten. Su apuesta es de alto riesgo y, sobre todo, divertida. Si la pelota entra, Bartomeu logrará un golpe de efecto similar al de 2015 tras el despido de Zubizarreta. Si la pelota no acompaña, arderá Troya. Lo habitual en el Camp Nou, a un año y medio de nuevas elecciones.