Una vez leí de un exfutbolista que luego fue entrenador que los técnicos son transmisores de estados de ánimo, y decía que del comportamiento de un entrenador surgen ejemplos. Si es un técnico eufórico, provoca euforias; si es un tristón, contagia tristeza; y si no se aclara porque es confuso, entonces confunde. Y esos estados no solo los transmite a sus jugadores sino también al público, aunque esto último hoy en día es imposible. Pero lo que nunca había visto es un segundo que parezca que mande más que el primero como está sucediendo en el actual Barça.
Observo más gestos, más órdenes y más gritos de Eder Sarabia que de Quique Setién. No me gustó nada la cara de Setién el día del Sevilla, ni ver a Sarabia en la primera pausa hablar más que el jefe. En este sentido, no recuerdo a Juan Carlos Unzué mandar más que Luis Enrique, aunque sí es cierto que en las jugadas a balón parado saltaba del banquillo para orientar al equipo, como tampoco tampoco recuerdo a Tito Vilanova ejercer más que Pep Guardiola.
Creo que los futbolistas, aunque tengan el rango más alto, necesitan de entrenadores que impongan respeto, condición que se gana en las correcciones efectuadas durante los partidos. Siempre he sido atraído por ese tipo de técnico que ejerce su mando no solo en los entrenamientos sino también durante los partidos. El Guardiola que parece estar jugando, el Klopp que interviene constantemente, el Simeone que un día se dará una patada a sí mismo de tanto gesticular. La frialdad no forma parte de un entrenador que quiere ver a sus jugadores arrollando al contrario. Y más ahora que los equipos están huérfanos del apoyo del público.