Kiev, 2 de Noviembre. El Barça tenía que ganar. Y ganó. Sufriendo, como fuera, pero el triunfo era importante para que la PCR siguiera valiendo en Europa, para sumar un poco más de dinero y también para que la capital ucraniana no se sumara a Roma, Liverpool y Lisboa, ciudades donde el equipo azulgrana ha visto zarandeado su prestigio y hasta su historia.
Sobre el papel, el triunfo sabía dulce pero también a poco, porque era obligado. Era un trámite exigido. Pero el triunfo tuvo sabor a esperanza. Lo que en realidad había que evitar era la derrota. Esa habría condenado al Barça al infierno, puesto en duda todos sus argumentos de seguir jugando como añoran los amantes despechados del tiki-taka, del ADN, el estilo y de cuantas mandangas más.
Mejoró el Barça en Kiev, y también gustó. Es su tónica. Sube y baja. A veces parece que puede ofrecer algo más. Pero no. Al ver el ánimo, la energía y la calidad de jóvenes como Ansu, Nico, Javi o Eric García -partidazo de los cuatro- uno se imagina que algo hermoso está por llegar. No un orgasmo, pero algo similar. Como cuando Ansu conectó el derechazo que significó el gol de la primera victoria azulgrana fuera de casa en mucho tiempo. Pero cuando uno ve a De Jong que no es el De Jong que conocimos, ni Memphis el de los primeros partidos, o que Mingueza y Alba no centran una bien, entonces la marcha atrás está echada.
Por suerte, el Barça ha encontrado un 10 como Ansu Fati, que quiere y ama al club, que quiere y busca el triunfo como si se jugara la renovación, que piensa y sueña en azulgrana. Vive el Barça. ¡Vive! ¡No está muerto!