Tras superar el trámite en el campo del Galatasaray, ahora toca centrarse exclusivamente en el clásico. El Bernabéu será la última parada antes de una nueva ventana de selecciones y el Barça, por fin, llega con más argumentos que dudas al partido para poder cambiar el historial más reciente.
Cinco derrotas consecutivas contra el Real Madrid y seis partidos sin conocer la victoria ante los blancos son muchísimos, demasiados. El último triunfo culé fue un 2 de marzo de 2019 gracias a un gol de Rakitic cuando todavía estaban Valverde y Solari en los banquillos.
Espero que el último precedente entre ambos en la Supercopa del pasado mes de enero nos sirva para aprender de los errores y saber cómo meterle mano a un Real Madrid que tendrá algunas bajas importantes y que no me transmite ningún tipo de miedo.
Para algunos aficionados blancos, de hecho, este Clásico será descafeinado por la gran diferencia que hay entre ambos conjuntos en la tabla y la más que posible consecución del título de Liga pase lo que pase en este duelo. Lo entiendo, pero no lo comparto.
Lo que suceda el domingo en el Bernabéu puede ser un aviso de lo que vendrá en los próximos años. Como en 2003 con aquel golazo de Xavi tras una maravillosa asistencia de Ronaldinho que dejó a Raúl Bravo enterrado en la portería blanca intentando evitar lo imposible. Fue la metáfora perfecta de lo que nos deparó el futuro.
Ojalá el Clásico del domingo acabe con una victoria blaugrana y sea el punto de inflexión definitivo para acabar de confiar ciegamente en este equipo. De no ser así, nos podríamos ir a un nuevo e inoportuno parón de selecciones fuera de los puestos Champions y, sobretodo, con un cabreo monumental.
Vamos chicos, no nos falléis. Necesitamos esta victoria más que el comer, queremos estos tres puntos. Tenemos sed de venganza.